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La contingencia nos ha obligado a todos a adaptarnos a enfoques laborales distintos; sin embargo, uno de los sectores que tuvo que evolucionar de manera más ágil fue el educativo. La educación tradicional durante años se ha negado a evolucionar, si bien los programas educativos cambian, la forma en que éstos se imparten no lo hace de manera significativa; es así como cambiar de un esquema presencial a uno virtual fue muy complicado para muchas y muchos docentes que vieron cómo sus prácticas en el aula quedaban totalmente obsoletas en un escenario diferente.

Y aunque la mayoría de los cursos en todos los niveles han concluido, ahora se tendrá la oportunidad de replantear mucho sobre nuestros esquemas educativos; ante ello todos los líderes de la educación tendrán que reexaminar su manera de ver e invertir sus recursos para captar la atención y lograr el aprendizaje significativo y garantizar que tanto niños como padres de familia tengan la seguridad de que el aprendizaje puede darse en cualquier escenario. Las y los docentes tienen un gran reto: replantear todos sus planes de enseñanza y dirigirlos a plataformas digitales que además deberán aprender a usar a la perfección para que sus estudiantes no saboteen ninguna de sus clases, algo que sucede en muchas ocasiones.

Por otro lado, tenemos un grupo de padres de familia que visualizan que la contingencia durará más de lo que las autoridades dicen públicamente, y que además no consideran que la educación virtual sea igual de efectiva que la presencial, por lo que tampoco están dispuestos a invertir la misma cantidad de dinero (aún cuando diseñar, desarrollar, dirigir y evaluar una clase en línea requiera aún más esfuerzo y tiempo no pagado de lo que tampoco se consideraba en las clases presenciales), aunado con el impacto fiscal que ha tenido la crisis en muchas familias que tendrán que establecer estrategias de supervivencia para mantenerse a flote, incluso considerando que sus hijos tengan un curso sabático.

En resumen, tenemos dos contextos: por un lado, los docentes que se tienen que esforzar y capacitar al máximo para garantizar el aprendizaje significativo; por el otro, padres y madres de familia con golpes económicos y con dudas respecto al aprendizaje de sus hijos. Es así como los educadores, autoridades escolares y familias tienen que ver este periodo de descanso como una oportunidad para plantear en conjunto las estrategias de enseñanza específicas en las que todos sientan que se tendrá la efectividad esperada, ya sean clases hibridas, a distancia, presenciales o cualquier otro modelo que se adapte a este escenario inusual, pero que al final sea decidido en conjunto, incluso con los estudiantes, y así todos estén en sintonía con sus propias realidades.

De no adaptarse a esta nueva realidad, las escuelas podrán sufrir fuertes bajas; sin embargo, las más imaginativas resurgirán fortalecidas si demuestran la capacidad de ajuste que nuestros niños tanto necesitan ahora.

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