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Años atrás escuché la historia de un minero de 52 años que en un golpe de suerte ganó el premio mayor de lotería, enfermo de silicosis se encontraba, menos de un mes después fallecía sin haber podido disfrutar en lo absoluto de su fortuna, quizá tal vez con la tranquilidad de que su esposa e hijos tenían su futuro económico asegurado; la familia, impactada al ver que el hombre que había desgastado su vida por ellos se iba sin haber podido participar más que del esfuerzo, tenía la total certeza de que ni una casa, un automóvil o un viaje, podrían suplir al padre y esposo que se marchaba.

La vida nunca está trazada para nuestra complacencia, lo que el futuro trae para todos es una bruma en el reino de lo desconocido y de las posibilidades, probablemente nada cause más reclamaciones al destino, a la vida o a Dios, que situaciones similares a éstas, pero la vida es así, no es un postre, es más bien un plato fuerte, es suculenta y nutritiva, pero no por fácil de digerir, la vida no es un descanso, sino un lugar de esfuerzo y de trabajo, la vida no es lo que nosotros deseamos; es lo que con esfuerzo construimos.

Es posible tener al menos tres actitudes ante la vida, vivir esperando el mal, seguros de que nuestros esfuerzos no fructificarán, anclados al destino del sufrimiento y esperando descorazonadamente los males que el futuro nos depare, el vivir de esta forma nos seca el alma, nos condena a una muerte en vida, ya no viviendo, si al caso existiendo en una realidad de la que no nos convertimos en actores, sino en víctimas. Una existencia en la que las horas pasan, pero en la que nosotros ponemos muy poca acción a nuestras horas.

Podemos también vivir en la ilusión de un optimismo sin sentido, creyendo que con solo desearlo nuestra vida se llenará de radiante sol todas las mañanas, atrevernos a esperar que la luz entre por todas las ventanas de nuestra existencia solo por creer que así será, convencernos a nosotros mismos que nuestro destino es la felicidad en exclusiva y sin contratiempos, atesorar un futuro dorado y espléndido que siempre estará después del día de hoy y que nunca alcanzaremos.

Otros decidirán vivir con la esperanza real de esperar lo bueno del futuro, pero trabajar arduamente para que llegue, entenderán que en nuestra vida de claroscuros la felicidad está construida de momentos de descanso en el camino y no es una estación permanente, asumiendo el dolor y construyendo sobre él la felicidad del día por venir, prefiriendo pedirle a Dios fortaleza para resolver nuestras dificultades y no esperar que Él las desvanezca del futuro, entendiendo que el Señor es amor y no morfina, viviendo el hoy intensamente y evitando esperar el mañana para vivir.

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