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A pesar de los muchos intentos por reconfigurar la figura del matrimonio en Yucatán, este lunes 15 de julio pasará a la historia como el día en que por fin quedó como asunto totalmente concluido, tal como lo expresara el presidente de la mesa directiva de la LXII Legislatura.

Hoy podríamos decir que los yucatecos nos adelantamos a los tiempos, ya que desde 2009 el matrimonio goza de estatus constitucional por la primera iniciativa ciudadana. Y es que los embates a nivel nacional para derrumbar la institución que da origen a la familia es feroz, y cuando se van socavando sus cimientos nuestra sociedad sufre.

Los discursos de los promotores del “matrimonio igualitario” se ciñen a la ideología de género que busca con ideas anticientíficas explicar la sexualidad humana a través de la cultura y desarraigándola de su naturaleza biológica, y vemos que quienes han comprado este discurso no cuestionan o no analizan que solo son ideas que aunque se pueden expresar no tienen sustento real; análogamente podríamos decir muchas cosas que si las razonamos sabemos que son disparates, como decir “helados calientes”, “mueblería de carnes” o “carnicería de tuercas”, simplemente no existen, aunque lo digamos.

El matrimonio no es igual al concubinato, al noviazgo, al amasiato o a la sociedad de convivencia, cada una de dichas relaciones difieren unas de las otras, tienen dinámicas parecidas pero distintas, y cualquiera de ellas puede ser elegida con total libertad.

El punto de querer tomar el matrimonio entre un hombre y una mujer y convertirlo en caricatura de matrimonio por el capricho de algunas parejas del mismo sexo no es admisible; ni siquiera cuando dicen que es discriminación hacia sus preferencias sexuales o que se les quiere restringir sus derechos humanos, porque si lo razonamos el matrimonio no discrimina a nadie.

En primer lugar, las preferencias sexuales no son omnipotentes, no otorgan el derecho de aplastar instituciones porque sí.

En segundo lugar, el matrimonio no es un derecho humano; la familia sí y justamente se funda en el matrimonio que le da origen –no es lo mismo.

Un individuo desde que nace lo hace en el seno de una familia que le brinda un papá y una mamá, los hijos son el bien que tutela el Estado, por lo cual también el concubinato queda protegido; es decir, las dos figuras con potencia fecunda –con contrato o sin él– protegen la organización y el desarrollo de la familia.

El matrimonio no es un contrato, es una institución jurídica que tiene un contrato. Si el matrimonio fuese un derecho humano el Estado tendría que velar por que no existan personas solteras y procurarle a los individuos cónyuges ¿absurdo, no?

Nadie debe de meterse con el derecho humano que todos tenemos a elegir a quien amar, y para salvaguardar a nuestra pareja existen soluciones concretas.

Las parejas del mismo sexo que quieren acceder al matrimonio han dicho que es porque no pueden tomar decisiones por la pareja cuando le ingresan a un hospital, porque no pueden heredar sus bienes o porque no pueden recibir su pensión, y es que para ello no hay que rediseñar el matrimonio pues existe jurídicamente el poder, el testamento, el testamento vital, los seguros de vida, los seguros de gastos médicos y, en caso de pensión, ya el IMSS otorga el derecho de elegir al beneficiario en caso de vivir con una pareja del mismo sexo. Con todo esto, sus pretensiones nos llevan a pensar que éstas no son las razones legítimas.

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