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Hace algunos años se divulgó la historia de un niño español que había reunido todo su botín, sean sus libros, sus discos y algunos juguetes, para ir a una casa de empeño. Nos podríamos preguntar cuál sería su afán, pues a los 11 años pocos chicos saben qué es una casa de empeño, y este pequeño llegó con lo poco que poseía.

Su afán había sido sacar del apuro a su padre que, habiendo quedado desempleado y sin encontrar trabajo en otro sitio, mantenía a la familia en vilo y desesperada sin saber qué hacer o por dónde ir. El pequeño decidió como solución jugarse su escaso patrimonio.

Aunque esta historia puede parecer muy tierna y conmovernos, en realidad tiene un trasfondo muy duro que está tocando a distintas sociedades de muy diversos países.

Cada vez más hogares presentan el problema de no tener los recursos necesarios para vivir o para sobrevivir con dignidad, y cuando esto sucede vamos perdiendo la esperanza.

En México, cada día pululan más las casas de empeño que con desmedida ambición se quedan sin empacho con el patrimonio de quienes allí acuden; si bien es cierto que nadie les obliga a ir allí, también es cierto que ante las necesidades que las personas padecen, otros se aprovechan de la situación.

Si estos negocios se han multiplicado es porque esta historia es cada día mas recurrente, toca a alguien que conocemos, a alguien que vive cerca, a alguien que puede estar en nuestro mismo entorno o en nuestra propia familia, y es aquí cuando la historia relatada pierde su inocente ternura para descubrir una acusación directa que nos lleva a la reflexión.

Monseñor Jesús Sanz Montes, al enterarse de lo que hizo el pequeño, se preguntaba si las necesidades del ser humano se habían mudado a otra galaxia, a lo que respondía que no, ya que el mundo está bien hecho por Dios Creador, la pregunta siguiente entonces es ¿qué hemos hecho con la libertad de administrar todo lo que se nos ha concedido?

Aquí la clave para ir entendiendo el asunto: los hombres somos creaturas de Dios, pero no sus marionetas, esa misma libertad se nos concedió para tender y obrar al bien pero no siempre ocurre así. Si bien es cierto que padecemos una crisis económica global, también se puede decir que tiene su origen en la tremenda crisis moral que vivimos.

Basta ver el entorno que nos acompaña: falta de solidaridad, ambición y codicia insaciable, usura aprovechada, despilfarro materialista, injusticia de guante blanco y corrupción, intereses del poder en turno, hedonismo frívolo que promete falacias, relativismo atroz, la mentira como argumento, la utilización y mercantilización del ser humano y la expulsión de Dios.

El Gobierno tiene que hacer su parte para desterrar las malas prácticas que nos han llevado hasta aquí, y cada persona posee una voz interior que, de escucharla, permitirá ser solidario con el que sufre, tender una mano a quienes ven un horizonte negro antes sus ojos.

Para evitar la crisis económica respondamos con las actitudes contrarias a las que nutren la crisis moral, hay que calcular la crisis en clave de qué es lo mejor para mi hermano.

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