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Hace más de un lustro, y precisamente en este espacio, hice una metáfora con las letras de “La Bartola”, canción que volviera inmortal el famoso Pedro Infante, con respecto al estatus que guardaba la estructura institucional en 2014, para dar respuesta eficaz al dictado del 4º constitucional. Pues bien, a la luz de los hechos, podemos decir que, allende promesas, nada ha cambiado, e inclusive se ha visto desnudado y diezmado el osteoporótico pero aún firme sistema de salud. Unificada calificación reprobatoria hemos obtenido hasta el momento, al realizar durante la pandemia del siglo XXI la “prueba del añejo”.

Grandes contrastes encontramos, en las entrañas de este México en metamorfosis. Actualmente nos enfrentamos a severas reducciones del presupuesto y la salud no es la excepción. Estas adecuaciones (como suelen llamarlo quienes toman decisiones desde un escritorio sin haber estado en la trinchera) desafortunadamente sólo se traducen en menor inversión tecnológica, eliminación de insumos terapéuticos y pocos cambios en la infraestructura instalada, que arrastran al desencanto, desconfianza y zozobra tanto al prestador del servicio como a los usuarios.

En contraste y a pesar de la reducción en recursos, algunos políticos se “adornan” con logros y alcances de sus verdaderos artesanos. Así bien la ciencia médica todos los días nos da sorpresas; pero hemos logrado descifrar el genoma humano, realizar trasplantes como algo rutinario, controlar enfermedades como el VIH o la artritis reumatoide -otrora mortales o invalidantes- y todo gracias a las fórmulas médico-administrativa que amalgaman servidores de salud con recursos asignados.

Desafortunadamente la mancuerna referida se va debilitando, como resultado del estrangulamiento de los dineros destinados a la atención de los enfermos. Es evidente la inequidad entre la demanda y la oferta, sin hasta hoy existir estrategas ni estrategias efectivos para dar solución al cabalgante problema, pero sí exigen mejores resultados con menores recursos.

Este errático proceso está provocando desgaste físico y mental e inclusive fricciones entre semejantes. Ahora en vez de sentirnos seguros con mejores fármacos y técnicas para ayudar a los pacientes, existe temor a ser demandados por no poder aplicar de forma integral todos nuestros conocimientos, de frente al enigmático y laberintico proceso administrativo, que limita, burocratiza y privilegia la normatividad sobre la asistencia. Súmele a lo dictado la cantidad del PIB destinado a salud, destacando nuestro país como de los que menos invierten en toda América.

Vemos tristemente que no le encontramos la cuadratura al círculo y evidentemente, y como ha sucedido en los últimos 25 años, seguimos dando pasos tambaleantes.

Vamos a ver qué hace “Bartola” con los pocos pesos que le den y pueda tener lo necesario para recobrar su salud.

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