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Hoy más que nunca nuestro comentario en la columna aplica, de frente al segundo incremento y saturación hospitalaria por Covid. El estrés y las enfermedades psicosomáticas son hoy en día más frecuentes y afectan la salud de los individuos y, por ende, su rendimiento profesional. El personal médico y paramédico que labora en las instituciones no escapa a esta condición, impactando de forma negativa en la calidad de los servicios que ofrece.

El concepto de burnout fue utilizado por primera vez en el ámbito de la psicología por Freudenberger, en el año de 1974. Este psicólogo lo definió como un estado de fatiga o frustración que se produce por la dedicación a una causa, forma de vida o relación que no rinde el resultado esperado.

Lo dictado lo traigo a colación toda vez que conocemos de muchos, sobre la compactación de las estructuras administrativas en dependencias públicas o privadas, lo cual, como efecto dominó, trae aparejado el aumento de las cargas laborales, con exigencias en tiempos de entrega y, si de instituciones hablamos, le abonaríamos los conocidos proyectos, programas y diseños de gestión que con frecuencia se siguen implementando, bajo el ancestral esquema de error-aprendizaje, que en los tiempos actuales es anacrónico y altamente dañino.

En el sector salud, la demanda rebasa por mucho la oferta integral instalada, abonada por la infraestructura deficiente y falta de insumos. El resultado obtenido es una realidad patente. La inoportunidad para recibir la atención con calidad que todos merecemos y el desgaste físico y psíquico que conocemos como el síndrome de burnout están victimando a propios y extraños de cualquier esfera laboral. Si bien había estudios científicamente realizados en instituciones mexicanas y publicados por revistas de corte médico nacional, que mostraban hasta 10.9% de cansancio emocional, 19.6% de despersonalización y 74.9 % de baja realización personal, durante la pandemia estos números se ven superados, por la duración y las incertidumbres que aún existen.

Cabe destacar, amable lector, que este síndrome de burnout ha sido considerado por la Organización Mundial de la Salud como riesgo de trabajo, aunque, por razones inexplicables, ha sido ignorado por quienes políticamente encabezan estos baluartes de salud: “Candil de la calle, oscuridad de su casa”, eso sí, mucha elegante retórica.

“Nuestra profesión es una verdadera vocación en la cual los miembros no pueden separar su profesión de su vida”, así reza la primera frase del primer capítulo del “CECIL”, el libro más estudiado de la medicina clínica. Para concluir, quiero expresar mi reconocimiento a todos mis compañeros médicos que dan o han dejado su vida, de forma íntegra, recta y honesta, con el único afán de poder servir a quien más lo necesita, allende la indiferencia de actores sociales cual artesanos de su cadalso.

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