|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Pensamos y sentimos que se nos comprende cuando se respetan nuestros sentimientos. Cuando somos niños puede ser que nuestra conducta sea inaceptable en ocasiones y es necesario corregirla; sin embargo, en lo que se refiere a los sentimientos no hay reglas. Lo que sentimos, desagradable o amable, negativo o lleno de alegría, es la expresión de lo que somos.

Cuando una familia es sana, los padres no controlan ni limitan los sentimientos de los niños; los ayudan a encauzarlos para que al expresarlos no se hagan daño y tampoco dañen a otros. Desafortunadamente, en las familias conflictivas es común que a los niños se les obligue a callar o reprimir lo que sienten diciéndoles que no “deben” sentir ciertas cosas como: “no debes tener celos de tu herman@”, “¡cuidado con hablarme de esa manera! te ganas una bofetada”, “las niñas lloronas son feas y nadie las quiere”, “los hombres no lloran”, “no te pasa nada, así que deja de quejarte”, etc.

La consecuencia es que los niñ@s desarrollan temor hacia sus sentimientos y al guardárselos se acumulan a niveles peligrosos. Cuando las personas adultas estallan en un inesperado arranque de ira o caen en una depresión profunda después de algún disgusto, los hijos pueden creer que es mejor “no sentir”. Así que aprenden a reprimir sus sentimientos y emociones y se adaptan a situaciones adversas.

Si cuando somos adultos queremos comprender nuestras dificultades de carácter para superarlas, tenemos que recordar nuestra niñez. No se trata de encontrar motivos para culpar a nuestros padres. Es muy probable que ellos hayan cometido los mismos errores que sus padres, que son también los mismos errores que nosotros corremos el riesgo de cometer con nuestros hijos.

Al culpar a otros de nuestra conducta nos sentiremos víctimas y jamás corregiremos nuestras acciones equivocadas. En cambio, asumiendo la responsabilidad que nos corresponde en cuanto cómo reaccionamos ante lo que sucede, tendremos la posibilidad de cambiar al ir recuperando la estabilidad emocional.

A veces nos pasamos la vida queriendo que los demás cambien, lo exigimos, lo suplicamos, gritamos o lloramos para conseguirlo pensando que si los otros cambiaran se resolverían los problemas, sin darnos cuenta que lo único que sí podemos hacer es cambiar nuestra propia manera, actuando inteligentemente y encauzando nuestras emociones y sentimientos. Esto no significa ser otra persona sino alcanzar mejor equilibrio emocional moderando el tono de voz, los gestos de reprobación o desprecio, la exigencia de perfección y evitando la comparación.

Reflexionemos: ¿qué es lo que recuerdas con agrado y qué con tristeza de tu niñez? Ahí puede haber muchas respuestas para mejorar el carácter.

¡Ánimo!, hay que aprender a vivir.

Lo más leído

skeleton





skeleton