Deseos navideños
El poder de la pluma
Estos días son –o deben ser- de paz, de reflexión, de tomar distancia de los problemas cotidianos y lanzar la mirada al horizonte amplio que se abre frente a nosotros, de vivir en la esperanza y la ilusión de tiempos mejores. Esos, al menos en la teoría, son los postulados que por todos los rincones de la existencia nos lanzan quienes aún piensan que la Navidad y el Año Nuevo tienen un componente de festejo espiritual. Y no podría tener argumentos para oponerles. Así debería ser, sin duda.
Nomás que sale uno a la realidad y se topa con un mundo totalmente diferente. De entrada, lo que más miramos es una general preocupación por el futuro inmediato y mediato. Y, más que eso, un gran desencanto, una especie de frustración y miedo ante lo que le espera a México. Aunque uno no quisiera ocuparse de estos temas -al menos en estos días-, se vuelven motivo de reflexión a todas horas.
En su mañanera de anteayer 24 –a pocas horas del festejo de la Nochebuena (del nacimiento de Jesús, según la tradición cristiana, aunque uno de los sucesos más importantes de la cristiandad no haya ocurrido en estas fechas)- el presidente López Obrador nos dijo que el máximo objetivo de su administración (del nuevo régimen que sepultó al neoliberalismo rampante y vil) es que seamos felices.
Pero, ajá (como diría un joven), ¿cómo podemos ser felices si vemos que nuestra nación se desangra entre las balas del crimen organizado y ante la ineficiencia (o la poca gana) del Estado para contener la violencia desatada? ¿Cómo podemos ser felices si asistimos al desmantelamiento de las instituciones nacionales que no fueron creatura del neoliberalismo sino fruto de la lucha de decenios de un pueblo que quiere justicia, que añora vivir una vida digna, tener medios precisamente para alcanzar esa felicidad que nos augura el presidente? No creo que sea por la vía de quitar todo (porque no todo está podrido) como se pueda llegar a ese anhelado estado de felicidad.
No soy enemigo de las tesis presidenciales. Creo que solo un demente no querría que vivamos en una sociedad feliz, plena, realizada económica y culturalmente, sin apremios, con bienes suficientes para que cada familia pueda dar a sus hijos las herramientas necesarias que les permitan salir adelante y ser felices. Pero por medio del arrasamiento de todo lo que, según el mandatario, huela a neoliberalismo no creo que se pueda. Acabar con los monstruos de maldad y corrupción (García Luna, por ejemplo, aunque no haya sido detenido y enjuiciado en México) es justo y urgente, pero hay que ver a quién se le dispara y no arrasar con todo.
Como lo que menos quiero en estas fechas es ser negativo, cierro mi reflexión con un deseo ferviente: que México llegue a ser una nación de paz, desarrollo, progreso y bienestar. Y que el presidente de la Cuarta Transformación sea de verdad quien nos lleve a esos estadios de alegría social que demandan millones de mexicanos.