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A lo mejor a muchos de mis amigos periodistas no les va a gustar lo que voy a escribir, pero pues ni modos. A raíz de que el gobierno federal –vaya usted a saber quién porque nadie se adjudica la paternidad del monstruo- dio a conocer una lista de comunicadores que cobraron millonarias sumas de las arcas oficiales, comenzó una serie de deslindes que más me suenan a justificaciones: “Yo soy decente, jamás recibí un dinero sin que hubiera una factura de por medio y el consecuente pago de impuestos”, dicen esos figurones que admiten haberse beneficiado con los pagos, pero que eso nunca les impidió ser críticos de lo que consideraron fuera de su camino, “como lo hemos venido haciendo con López Obrador”.

Los que hemos vivido medio siglo en el trajín diario de la prensa tenemos la perspectiva suficiente para hablar de lo que fue y de lo que hoy es la tarea de comunicar –labor que no es la de ser caja de resonancia del quehacer gubernamental- y por ello me tomo la libertad de señalar algo que es el ahora de esa labor que debería estar impulsada por lo que el periodista colombiano Javier Darío Restrepo llama “impulso ético” que “nos mueve (o así tendría que ser) a lograr nuevas metas, corregir fallas y ser mejores periodistas”.

Épocas hubo –y no tendríamos que remontarnos al siglo XIX, con los luminosos ejemplares que lucharon desde la prensa por las reivindicaciones sociales y el imperio de la justicia-. Hace unos años apenas, cuando prensa y sociedad iban de la mano, se lograron estruendosos triunfos y en Yucatán, para no ir más lejos, pudo implantarse el respeto a la libre voluntad de los electores (eso nomás, pero no menos tampoco) y a quienes ejercían el oficio de informar se les respetaba y hasta se les quería.

Hoy, sin embargo, el periodista (el reportero) está minimizado hasta en sus ingresos pecuniarios. Asistimos a la proliferación de portales electrónicos que cosechan migajas que caen de las mesas de los gobernantes y que se conforman con ser meros replicadores de lo que aquéllos quieren que se sepa.

Pero tampoco se libran las grandes figuras de la prensa. Hemos llegado al grado de que esos famosos comunicadores que vemos todos los días y a todas horas en pantallas de televisión y páginas de redes sociales y que nos enteramos ahora que cobraban millonarias cantidades por publicidad oficial, sin que nadie sepa (porque no hay estudios de ratings) si su penetración es tan grande como para justificar ese pago, se escudan en que facturaban y pagaban impuestos como única razón para recibir millones de pesos del erario (en Yucatán hay casos también).

Por nuestra propia salud, por el rescate de la calidad moral del gremio, creo que vale la pena que nos miremos la conciencia. La sociedad, los empresarios deberían también volver a pagar publicidad en los medios para que sean de nuevo y de verdad independientes y el ojo crítico que deben ser. De otro modo, no se puede pedir nada.

Una factura no es pasaporte a la decencia.

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