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Era casi bola cantada y sonó en boca de muchos expertos: Morena (el Movimiento de Regeneración Nacional devenido en partido) tiene en sus entrañas el germen de su propia destrucción. No pasó mucho tiempo para que se haga realidad lo que tanto se advertía: los pleitos entre tribus y facciones heredados del PRD que –ahora sí- no los para ni AMLO con sus llamados a la paz y el amor y a construir una nueva civilización basada en la generosidad y la entrega desinteresada al servicio de los demás.

Las invectivas y descalificaciones del senador y, según todos los indicios, ex presidente de la Mesa Directiva del Senado, Martí Batres Guadarrama, contra su rival de años, el coordinador de los senadores de Morena, ex priista y ex perredista Ricardo Monreal Ávila, no se las lanzan ni los peores enemigos ideológicos. No parece que sean del mismo partido, si es que partido es ese amontonamiento de facciones venidas de todos los ámbitos del espectro político, sobre todo del más anciano PRI, pero también del PAN y el PRD, a quienes ni su líder moral ha podido amalgamar y hacerles mirar juntos hacia sus objetivos de implantar el reino del amor y la honradez a rajatabla en vida pública.

Lo que se ve con motivo de esos desencuentros –en los que, hay que decirlo, Monreal ha guardado la compostura y no se ha enganchado en el pleito (claro, como que es el ganador en la persona de Mónica Fernández)- demuestra que la unidad entre los morenistas está pegada con saliva. El problema más serio es que está casi en puerta la elección interna para renovar la directiva, que encabeza otra que no le saca al bulto a la hora de atacar a sus compañeros, la señora Yeidckol Polevnsky, que se ha alineado con Batres.

Para poner el tema en perspectiva, vale recordar que en la elección de directiva del Senado –en la que pretendía repetir Batres-, sumados los votos de Morena, PT y PES (cuya convocatoria fue impugnada por los perdedores), hicieron una mayoría de 33 por Fernández contra 22 a favor del ya defenestrado presidente, con dos abstenciones que de todos modos no hubieran cambiado el resultado.

Cuando ayer, en su “mañanera”, le fue preguntado al presidente López Obrador si no pensaba intervenir para parar el problema, tras un largo circunloquio en torno a la política como instrumento de servicio al pueblo y la democracia como medio para alcanzar la felicidad social, el mandatario dijo que no se mete porque él ya no es más que un militante que no tiene injerencia en cuestiones de partido, puesto que se debe al pueblo de México.

Sin embargo, parece que es ésta una buena oportunidad de que el mandatario ejerza su liderazgo moral y encauce de nuevo por las vías institucionales la vida de esa amalgama de facciones que lo llevó al poder y que, quiérase o no, es importante para que funcione el gobierno y se cumplan las muy loables metas del gobernante que opina de todo, pero ahora dice que no se va a meter en algo que sí le interesa, y mucho. Ya veremos.

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