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Tocando el tema de las recientes actividades olímpicas, salen a la luz dos conceptos de gran importancia: ganar y perder. Ambos términos toman relevancia pues su aplicación se encuentra presente en todos los individuos, en cada uno de sus días vividos. Es por ello que se podría decir que nos encontramos en una constante lucha, pero sobre todo, en una batalla con el actor más importante: nosotros mismos. 

Como cualquier otro, el camino de cada quien se encontrará siempre lleno de altas y bajas, momentos buenos y malos, y, por lo tanto, es estrictamente necesario el hecho de prepararse cada día más para fortalecernos y poder desempeñar cualquier papel que se requiera, el cual, no siempre será sencillo, ni como nosotros imaginamos, pero es necesario continuar de frente y jamás en reversa. 

¿Qué marca la diferencia con aquél que triunfa? Se enumeran varias características entre las que pueden destacar: perseverancia, constancia y hambre de salir adelante. Esto significa que claudicar no está permitido, que no hay lugar para un capricho o berrinche por caer en la desesperación, porque la vida no es de un día sí y al otro no, pues no deben haber medias tintas, no existen las tibiezas y somos los únicos responsables de nuestro desempeño. Tampoco se trata de levantarte para “ver si se puede”, se hace porque creemos en nosotros mismos y sabemos lo increíbles que podemos llegar a ser y lo mucho que podemos alcanzar. Por ejemplo, siendo objetivos y prácticos, el trabajador que vive al día no puede tener como opción no realizar sus actividades, pues es la única fuente de sustento; así como tampoco aquél estudiante becado tiene prohibido renunciar abandonando su progreso sólo por una mala nota. Todos poseen cargas y batallas, algunas mayores que otras pero en distintas condiciones; la diferencia radica en que algunos eligen su propio camino y quiénes quieren ser, otros simplemente tienen la desventura de ser colocados donde no hay opción, y sin embargo, despiertan cada día para dar el todo por el todo. 

Al final, eso es lo que éste período olímpico nos debe dejar de enseñanza, pues la vida es una hazaña indiscutible que debe de ser sorteada con dinamismo y valentía abrazando a cada instante la idea de lo que puede representar nuestro triunfo. Recuerda que el prestigio que cada quien construye es importante, pero que al mismo tiempo, el exceso de confianza puede derrumbar hasta las torres más altas y cuando esto sucede, en diversas ocasiones resulta complicado el poder reconstruir una historia perdida y un legado forjado. Hay que tomar en cuenta que muy probablemente detrás de nosotros existe una larga fila de iguales, sin embargo, de nosotros depende el destacar y ser los mejores, y, una vez que lo hayamos logrado, nuestra tarea debe ser permanecer y aferrarnos con el alma por lo que tanto nos costó tener pues el querer es poder y cada pequeña o grande acción que realicemos con pasión y fuego en el corazón, sentarán las bases para forjar la puerta que nos permita obtener nuestra propia victoria.

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