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En días pasados una carta emitida por alumnos de la licenciatura en Desarrollo y Gestión Intercultural del Cephcis-Unam (campus Mérida) puso de nuevo sobre la palestra la pertinencia de la estatua de los Montejo ubicada en el “remate” de la homónima avenida, al sugerir que sea sustituida por una ceiba, puesto que este árbol simboliza la cosmogonía de la cultura maya y no la violenta afrenta y la ignominia de los que miran el terreno de sus conquistas en lontananza.

Ahora que se aproximan las elecciones y una nueva administración política, se debería poner a discusión en el Cabildo la necesidad de realizar una consulta ciudadana en torno a este tema, puesto que la mentada estatua nos fue impuesta en 2010 ocasionando no pocas marchas, agresiones y disturbios. La paz social de nuestra ciudad se ve perturbada cada que los memoriosos circulamos por esa glorieta con una mueca de disgusto e impotencia.

Y lo que es peor, esta monumental pifia no es la única que afea el panorama de nuestra ciudad. Incluso la polémica escultura sería menos evidente si tuviéramos un monumento que honre la cultura maya, pero no es así. La horrenda estatua de Jacinto Canek es un constante recordatorio de que no se valora por igual la herencia española que la de los habitantes originarios de la mítica T´hó.

Esta estatua de piedra atribuida a Marco Magaña no sólo resulta poco estética, sino que es cuestionable dada su disposición a espaldas de la ciudad y lo que expresa de manera no verbal: que mira hacia las afueras y que no forma parte de Mérida. Además, se nos muestra al héroe casi en cuclillas y con una faz simiesca que, francamente, discrimina los rasgos indígenas en una ciudad donde el clasismo y el racismo son todavía una herida abierta.

Como ya he comentado anteriormente, la representación simbólica y el imaginario gráfico de los monumentos públicos dice mucho acerca de quiénes somos y de quiénes nos gobiernan. La de Gonzalo Guerrero no sólo es pequeña y se movió a un costado de prolongación de Montejo, sino que se refiere al mestizaje. La escultura del obelisco a Carrillo Puerto abraza de manera paternal a dos pequeños y desvalidos indígenas. Entonces, resulta urgente tener un símbolo que dignifique la cultura maya en un pueblo donde las principales avenidas prefieren recordarnos a los conquistadores o ese sangriento periodo de las haciendas, pero no la grandeza ancestral de la que provenimos como yucatecos.

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