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Pocas son las veces que nos topamos con un ejemplar como Cincinnati. Historia personal (Cuadrivio, 2018) del poeta yucateco Manuel Iris, ya que es un caso atípico en la poesía mexicana contemporánea, donde tantos escritores pergeñan poemas farragosos, barrocos y pretenciosos. En cambio, sus versos utilizan un lenguaje accesible, sus líneas son pobladas por palabras diáfanas e imágenes poéticas que precisamente por su aparente sencillez provocan la aparición de lo invisible, aquello que algunos denominamos como La Belleza.

Iris es poseedor de una lírica que no solo seduce, sino que embelesa, pero sin llegar a edulcorarnos como otros tantos artífices del verso.

Y eso no es cosa menor, especialmente en un poeta que le canta a la mujer, al amor, a la nostalgia y a la naturaleza. Los grandes temas universales de la literatura pueblan sus versos como si nunca hubieran sido abordados antes, con la frescura del ser humano que no ha perdido la capacidad de abismarse por los hechos más nimios, esos que muchas veces ignoramos y que gracias a la mirada del poeta regresan a nosotros transformados por el tamiz de una búsqueda estética.

Y esa intención está presente en este poemario que, a manera de tríptico, nos va introduciendo en los mundos interiores del autor. En la primera sección, “Ventana”, asistimos como vecinos curiosos a lo que ocurre tras el vidrio de una de tantas ventanas en Ohio, con la particularidad de que sabemos que detrás de ella hay alguien que nos mira desde su propia existencia:

“Amor, hay que hacer cosas/ escribo en el poema/ y alguien hay -seguramente-/ que puede verme aquí/ tomando notas/ frente a la ventana”.

Los tópicos de esta parte (la más extensa del libro) oscilan entre la relación amorosa, el enamoramiento, el universo femenino y el erotismo.

Aborda dichos conceptos a partir de la prosa poética y el uso del verso libre, que van descubriendo los pétalos de la intimidad al explorar la geografía anatómica del ser amado.

En este caso, la corporeidad ejerce también la función de una metáfora, pues los ojos, el rostro, los retratos y las fotos que aparecen en sus versos son también trasuntos de esas ventanas que nos invitan a pasar al estudio y conocimiento de las emociones plasmadas en tinta sobre papel.

En ese sentido, podría aventurar que este es el libro más personal de su autor.
Personalísimo, sí; una obra de madurez creativa, también.

Se percibe al escritor cómodo en su propia piel, sin que por ello deje de explorar los límites de su producción poética, yendo siempre más allá tanto en forma como en fondo.

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