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Las cosas que decidimos están encapsuladas en una serie de reflexiones que nos permiten tomar una decisión, ejemplo de ello sería hacer un análisis acerca del motivo que nos permitió abordar hoy por la mañana aquel autobús.

Segundo a segundo nuestro cerebro se encuentra trabajando de manera permanente en distintas cosas, tomar una decisión no implica una excepción a esa regla.

Cualquiera de las cosas que hacemos está basada en una reflexión, un análisis, una valoración o mínimo un examen hecho con elementos cuantitativos y cualitativos que nos pueda dar aquella alternativa que buscamos.

Sin embargo, el inicio de ese ejercicio no lleva intrínsecamente el resultado que esperamos; dada las condiciones y circunstancias en las que nos encontramos puede ser que tal resultado sea una situación desfavorable para nuestras aspiraciones.

Continuando con el ejemplo del autobús, pudiéramos encontrarnos enfrascados en un embotellamiento, eso provocaría un escrutinio intenso de nuestra mente; indagando por supuesto, en un veloz análisis, aquellas otras alternativas que teníamos y que finalmente no fueron escogidas.

Esto, sin duda, pasa en la mayoría de los casos a un estado de frustración por la falta del resultado esperado, provocando lo que en el argot cotidiano se conoce como efecto dominó, que no es otra cosa que efectos colaterales en aspectos distintos.

El condicionamiento que tenemos muchas veces es insuficiente para superar la frustración, esto está provocando que se cuestione la existencia en el ser del “libre albedrío”; sin embargo, su existencia no radica en el resultado, esencialmente el poseerlo y dar fe de su existencia en el ser radica en tomar la decisión.

No basta el simple acto de tomar una decisión para aceptar la existencia clara del albedrío, es necesario poseer elementos indispensables para que la valoración, el examen, el análisis nos permitan realizarla y por supuesto aceptarla con sus consecuencias.

El resultado favorable o adverso de aquella conducta se convertirá poco a poco en un ingrediente personal, mismo que en su conjunto contribuirá para dar un resultado que se conocerá como experiencia.

Tal experiencia atravesará, queramos o no, por situaciones que tratamos de evitar desde lo que hacemos en el antes de toda decisión: analizar, evaluar, discernir, examinar, pero será inevitable llevarnos sorpresas en todas y cada una de nuestras decisiones.

Todo ello hace que la definición de la Real Academia sobre albedrío se encuentre en condiciones de lo más cercano a la verdad, ya que decir que su significado es la facultad de decidir y ordenar la propia conducta avala, fuera de toda duda, que la existencia del albedrío proviene del inicio de la vida.

¿Estamos dispuestos a fortalecer nuestro libre albedrío o es suficiente lo que poseemos para utilizarlo?

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