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Caminaba aquel día una persona como todos los otros días de su vida, diseñando, pensando y reflexionando en cuáles serían las metas que aún deseaba alcanzar.
Ese día, de nuevo, para esa persona, fue excepcional, tal como deducía día tras día, eso entendible ya que probablemente su descanso nocturno provocaba un efecto sonador de los sucesos que le acontecieron durante el día, generando como consecuencia la oportunidad de continuar con los proyectos para cumplir sus sueños.

Pero tal descripción no es la excepción para la persona antes descrita, seguramente es la narrativa diaria que le acontece a todos aquellos quienes cotidianamente se levantan con todo el ánimo y la fuerza para alcanzar sus objetivos.

Los sueños convertidos en objetivos no son otra cosa que aquello que buscamos para los nuestros, los seres queridos y para uno mismo, en ocasiones transformado en lo material y en otras en lo emocional.

El combustible poderoso que hace que aquello que no se alcanzó un día se persiga el día posterior se llama ilusión.

“Viva complacencia en una persona, una tarea, una cosa”, ésta es la definición que otorga la Real Academia Española, en ella vemos los alcances de esta palabra.

Pero la complacencia de quienes integran la sociedad actual parece haberse anclado a lo material, en específico y parafraseando la definición, solo encuentra complacencia en las cosas.

Ante tal dimensión de aspiración, resulta entendible la abundante desilusión que se palpa, se siente y se percibe en el ambiente social; es así como podemos entender los números epidemiológicos sobre dolencias psíquicas de la Secretaría de Salud en Yucatán en 2018, al parecer nada alarmantes, pero, desde otra perspectiva, diríamos que su aparición refleja una situación emocional.

La parte humana se está convirtiendo en un tema de interés de las políticas públicas, ya en la comunicación y socialización de los fines de programas escuchamos y leemos que se busca la felicidad de los individuos.

Es así como el estado anímico denominado ilusión puede ser visualizado como aquella emoción que debe sembrarse, abonarse y cuidarse para que los integrantes del conglomerado social logren convertirse en seres asertivos, que contribuyan a la felicidad, pero sobre todo al bien común.

¿Acaso ya no necesitamos ilusiones o basta continuar con alcanzar lo material para lograr la felicidad?

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