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"No existe el luego”, Esquivel… La frase retumbó en mi interior por unos instantes. Ella siempre ha sabido simplificar las ideas. Concreta e ingeniosa logra desenredar las marañas de pensamientos en mi cabeza y resumir en una simple frase lo que a mí me llevaría media cuartilla expresar. Creo que por eso nos supimos entender muy bien desde el día en que nos conocimos; digamos que compartimos muchas cosas en común, entre tantas cosas, algunos monstruos y fantasmas que en más de una ocasión aceptamos que nos aterraban a los dos por igual. Compartimos también la mala costumbre de hacer planes juntos, que terminaban invariablemente colocándose en la bandeja del “luego” y se quedaban ahí acumulando olvido. Por eso cuando me escribió ese mensaje, me dejó sin palabras, ni respuesta.

La primera imagen que llegó a mi mente fue la de mi padre. Del día en que nos vimos por última vez. Por supuesto que ninguno de los dos sospechábamos lo que iba a ocurrir después; no hay culpas por repartir, pero si arrepentimiento. Arrepentimiento de haber dejado pendiente una última plática, un último abrazo, un último: “te quiero, gracias”. Todo lo que pensé que podría decirle “luego”, se quedó archivado para siempre en espera de alcanzar su destino.

Transitamos día tras día convencidos de que tenemos un capital acumulado de futuro para cumplir con las cosas más importantes de la vida, hasta que un día despertamos para descubrir que el mundo ya no volverá nunca a ser igual y que las oportunidades que dejamos pasar no existen más.

Somos criaturas curiosas. Le asignamos mucho valor a los ciclos de tiempo. Tenemos una debilidad por asignarle un valor especial a los números cerrados, a los ciclos enteros. ¿A qué se debe? No lo sé. Pero estamos más acostumbrados a reevaluar nuestros hábitos de vida en enero, que en mayo. Reflexionamos más acerca de nuestra vida cada vez que cumplimos años. A veces esa reflexión viene acompañada de nostalgia cuando este aniversario marca un número múltiplo de 10; no podría explicarlo, sin embargo, sé que a la mayoría de nosotros nos afecta distinto cumplir 9 años que cumplir 10. Nos lleva a cuestionamientos más profundos el cumplir 40 que el cumplir 41. Vivimos marcando ciclos para cada suceso significativo. Y en mi calendario este domingo, 3 ciclos se cumplen que me pueden mucho por diferentes razones, todas vinculadas al amor. Dos personas a las que quiero muchísimo cumplen años, ambas además cumplen un perfecto número cerrado: 50 y 40. Ese mismo día se cumplen también 6 meses de la muerte de mi padre.

Pienso en los ciclos que se cumplen, los tiempos que corren y en que efectivamente el luego, no existe. El tiempo se nos escapa de las manos y no existe certeza alguna de que la próxima vez que nos veamos no sea de hecho, la última.

Estoy seguro de que nada de lo que aquí he escrito es nuevo para ti. Pero ocurre que saberlo no es suficiente. Hay que poner las ideas en acción. Hay que saber estar presente cuando tenemos la oportunidad de compartir con alguien, saber prestar atención y reconocer cada oportunidad de decir te quiero, de abrazarte, de darte las gracias, porque podría ser la última.

No existe el luego; te quiero, gracias.

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