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No voy a hablarte de política -odio hablar de política-. Es muy difícil hacerlo sin caer en las trampas de la mentira. Sin embargo, constantemente, en cualquier charla aparece el tema y el enfrentamiento entre la opinión de uno y la del otro. ¿Y quién dice la verdad? Tal vez ninguno, probablemente ambos.

Vivimos desamparados del manto protector que nos ofrece la certeza de lo verdadero. Necesitamos de esas certezas para construir nuestras ideas de vida. Existe tanta información -sobre cualquier tema-, que no es difícil a veces sentirnos perdidos ante la incertidumbre de no saber lo que es verdad o no. Nos afianzamos entonces a nuestras certezas, esas verdades absolutas que habitan en nuestro interior, que hemos ido recogiendo a lo largo del camino de la vida.

“Duda de tus certezas”, me dijo alguna vez una persona mucho más inteligente que yo. Me dejó intrigado aquella noche, porque al principio no entendí bien a lo que se refería. Me pareció una de estas frases caramelo, que se dicen con una linda envoltura de colores, pero que por dentro no saben a nada.

Error. Eventualmente entendí a lo que se refería. Crecemos rodeados de conceptos que consideramos incuestionables, absolutos, permanentes. El sentido de “la verdad” es uno de estos. ¿Qué tan real es la verdad?

¿Qué tan verdadera es la realidad? Existen diferentes enfoques filosóficos para enfrentar estas preguntas; hay quien dice verdadero es lo que vincula aquello que dices con lo que sientes mientras que otros sostienen que es lo que ha sido probado y no puede ser negado. No es mi idea entrarle al debate filosófico, pero me queda una idea muy clara: la verdad puede ser variable.

Si te hablo desde mi experiencia personal, te tendría que aclarar que mi visión de la verdad tiene mucho que ver con mi actitud. Últimamente he estado recibiendo mensajes desde lugares inesperados. Digamos que he jugado a “dudar de mis certezas”. Que he descubierto un mundo más amplio del que pensé que existía.

Atreverte a mirar las cosas con una perspectiva diferente puede cambiarlo todo, sobre todo si logras alejarte de juicios e ideas preconcebidas que determinen cómo interactúas con lo que ves y lo que vives. Dudar de tus certezas no significa descalificar o abandonar conceptos que te han acompañado durante muchos años. Más bien es entender que la vida está en movimiento. Que hay cosas que no vamos a entender o siquiera descubrir hasta que llegue el momento adecuado.

Yo no creo que exista un plan predefinido para mi destino, pero sí soy un convencido de que mis decisiones y los llamados de la vida a los que decido prestar atención van marcando mi destino de manera irreversible. Voy entonces descubriendo nuevas verdades. Lo siento, lo experimento, es real (es verdad). De la misma manera que tu realidad y la mía es distinta, la verdad también puede ser variable entre tus emociones y las mías. Tus experiencias y las mías. Tu entendimiento y el mío. Hay muchas verdades. No todas estáticas. No todas variables. No todas iguales.

Determinar lo que es verdadero en mi vida ha sido -y seguirá siendo- una tarea de acierto y error. Una que espero me invite siempre a dudar de mis certezas.

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