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Mucho de la vida es percepción. Tanto de lo que hacemos y sentimos se basa justo en eso, en nuestra percepción del mundo y de la realidad. Cada quien ve lo que quiere ver, lo que puede. Entonces todos tenemos una percepción diferente de lo que es la vida y el mundo en que vivimos. Y si todos tenemos una versión diferente del mundo, eso no quiere decir que estén -que estemos- mal. ¿O sí?

Hablando de percepciones, podría decirte que muy rara vez siento que concuerde la imagen que yo tengo de mí mismo con esa otra que es real para los demás. Me queda claro que tal vez nunca coincidirán. Incluso las personas que más me conocen, esas con las que puedo desnudarme por completo, de pronto se sorprenden con alguna cosa que digo o hago porque se sale del concepto que tienen acerca de mí, de quién soy y mi manera de pensar. Por supuesto que no creo que se deba a mí en lo específico; porque yo sea alguien especial o distinto, creo que es algo común para todos; en este caso estoy hablando de mí -para variar-, pero estoy seguro de que si estuviéramos hablando de ti que me estás leyendo, lo estaríamos haciendo en términos muy similares: La idea que tenemos de nosotros mismos seguramente es diferente a la realidad de lo que somos. Está claro, pero entonces, ¿qué ocurre con lo que digo de mí mismo? Porque una cosa es lo que sé que soy y una distinta lo que digo que soy.

De pronto conozco a algunas personas con la que hago clic; puedo platicar por horas y compartir tanto acerca de mí, donde puedo hablar con honestidad acerca de quien creo que soy. Sin embargo, después de un tiempo, cuando realmente me conocieron -ya lejos de mi palabrería-, descubrieron que era algo distinto a lo que yo les dije. ¿Qué dice eso de mí? ¿Hablo tanto de mí mismo en términos que son tan alejados a la realidad? Últimamente he estado cargando con esa pregunta y no, no tengo aún una respuesta clara. Tal vez me pierdo en este los juegos del ego, de echarle demasiada crema a los tacos de uno mismo.

El otro día alguien que no me conoce mucho me dijo: “lo que pasa, es que eres un mamón”. No lo discuto, tal vez lo soy. Pero ¿me percibo como uno? No. Realmente no. Creo que la realidad de mi persona varía con la percepción de cada quien, por eso le digo a amigos y enemigos por igual que todos lo que piensan lo peor de mí y todos los que piensan lo mejor de mí, están en lo correcto.

Tengo muchas facetas, estoy plagado de cosas muy buenas y también muy malas; muchas de ellas contradictorias entre sí. La verdad de quien soy está perdida ahí en un punto medio entre ambos extremos. Aunque debo reconocer que entre la realidad de quien soy y lo que digo que soy, existe una diferencia digamos, aspiracional.

Creo que la tarea finalmente es justo esa. Una tarea permanente y que no termina nunca: Tratar de hacer que ambas cosas coincidan lo más posible. Lograr convertirte en eso que dices que eres.

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