|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Hay una memoria antigua perdida en mi subconsciente que reaparece de pronto gracias a su particular olor. No alcanzo a distinguir cuál es. Estoy seguro de que en algún momento de mi niñez experimenté una emoción fuerte ligada a algún olor similar. De cualquier forma, hoy eso no importa.

Lo que sí importa es la sensación de arena húmeda en mis pies. Tan húmeda que por un momento pensé que no iba a suceder. Sin embargo, el fuego ahí está, ardiendo como una barrera entre mis ojos y el mar. El humo se expande y se pierde con la brisa. No es un ritual nuevo, ya había hecho esto antes. Hace tanto tiempo que parece otra vida, con otro protagonista.

Mientras las llamas se expanden la madera deja su forma actual y sufre una metamorfosis profunda, el Sol comienza a perderse detrás de la última ola del horizonte. El cielo se pinta de colores que van del azul al rojo, un rojo parecido al de la botella de vino que acabo de destapar y a la que le di su primer trago. Siempre he encontrado un placer inexplicable por tomar vino directo de la botella, y esta noche en esta playa solitaria, parece ser la única manera posible de hacerlo.

Una por una voy tomando las fotografías. La desprendo del álbum que, con el vinil protector, el paso caluroso del tiempo y un pegamento barato se resiste a entregármelas. Hoy vengo a despedirme de ellas, pero no quiero tampoco romperlas. Hay un respeto intrínseco entre estas capturas del tiempo impresas sobre el papel y yo. No me detengo mucho a mirarlas, pero soy cuidadoso y las tomo una por una, sin prisa.

La oscuridad de la noche y mis lentes que están no sé en dónde, me muestran imágenes borrosas de cada fotografía. Victoria pírrica, porque en mi mente no importa si está borrosa o no, yo sé exactamente lo que estoy viendo en cada foto. Hay una contradicción evidente en lo que hago. Me deshago de fotografías que son parte de un pasado que ya no es mío, de una persona que ya no soy, de un tiempo que ya no es este. Dejo arder la memoria física que ya no quiero cargar más. ¿Cuál es el sentido?

Trato de viajar más ligero. Trato de tener menos cosas, para que nada me ate a ningún sitio. Me deshago de todo lo no necesario, aunque resulta evidente que, en mi mente, los recuerdos me seguirán a donde sea que vaya. No hay crimen perfecto, hay cosas de las que nunca vamos a escapar. ¿Es todo esto un escape o es una liberación? Le doy un trago más al vino mientras pienso en una respuesta que no tengo clara aún.

Una por una se van consumiendo entre las llamas, se doblan, chillan, desaparecen, se convierten en nada. La constante contradicción que es mi vida me muestra la facilidad con la que puedo dejar ir algunas cosas y lo difícil que me resulta renunciar a otras. Le doy un último trago a una botella sin vino. Ahora me queda un álbum vacío. La fogata se apaga, no quedan fotografías ni madera.

No siento nada. Me levanto y me sacudo la arena de los pies.

Es momento de regresar a casa.

Lo más leído

skeleton





skeleton