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Hace unos días hablé por teléfono con una amiga. Una llamada de esas que se extienden por horas para ponernos al día de lo que ha sucedido con su vida y con la mía. Teníamos varios meses sin platicar, así que le conté una versión abreviada de todo lo que me ha tocado vivir este año. Cuando nos despedimos me quedé con una extraña sensación de ser un farsante, un estafador; me sentí como el ratero que se sale por la puerta de enfrente con el botín debajo del suéter y aún tiene el descaro de sonreírle al guardia. 

Esa historia que conté está incompleta. Le falta algo de verdad y le sobra mucho de emoción. Incluye muchos pasajes y motivos que yo desconozco; es real a medias. 

Somos los héroes de nuestra propia narrativa. Por eso cuando contamos una historia, cuando la desempolvamos del librero de la memoria y la perpetuamos en primera persona desde la complacencia de quien se sabe protagonista, corremos el riesgo de alejarnos de la realidad y quedarnos atrapados en la comodidad de ese universo del cual nosotros somos el centro. 

Un sitio en el que es muy fácil perderse. Ahí, nos convertimos en el personaje al que le sucede todo, en quien se reflejan todas las emociones, al que le asiste la luz y la razón; el héroe. 

Cuando uno piensa que es el héroe de la historia, llenar los espacios vacíos de la trama se vuelve una tarea muy fácil. Nada importa si no sabes porque sucedió lo que sucedió, para el héroe es sencillo asumir lo que en realidad ignora. Es como tratar de armar un rompecabezas rompiendo la parte de las piezas que te estorba, para armar la figura que tú quieres encontrar. 

Por eso la memoria es peligrosa; porque puede convertirse en un arma de doble filo y dejarte ahí perdido en el centro de un universo que no existe, ignorante de la realidad de las cosas. “Somos nuestros recuerdos”, decía Borges. 

Si somos el resultado del acumulado de nuestros recuerdos; lo que sentimos, lo que leímos, las palabras que hablamos, entonces no somos más que una versión distorsionada de esa realidad. 

¿Qué tan fácil es reconstruir un recuerdo sin fallarle a la verdad? Yo francamente siento que hoy soy una persona muy diferente a la que fui ayer. Hay una metamorfosis permanente a lo largo del camino. La vivencia de esas historias que contamos nos transforma; ya sea en la verdad de lo vivido como también en el contexto subjetivo de eso que recordamos y compartimos. 

Cada quien construye la realidad en la que vive de acuerdo a las historias que se cuenta. Si tú y yo le contamos la historia que vivimos juntos a alguien más, probablemente estaremos hablando de dos historias distintas. 

No soy el héroe ni el villano de mi historia. Probablemente no termine de entenderla nunca. Sé que la verdad de las historias que cuento está sesgada y dista de ser un reflejo real de lo ocurrido. Camino con todas estas otras versiones del pasado siguiéndome los pasos. Mis recuerdos no son más que pequeñas partes incompletas de todo lo que viví. 

Creo que Borges tenía razón. Tal vez en un justo medio entre las diferentes historias que nos contamos se encuentre la realidad de lo vivido; lista para ser descubierta.

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