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La península de Yucatán es un territorio que goza de abundancia de agua. Al menos esa era la situación hasta algunos calendarios; sin embargo, en los últimos años se ha detectado, sobre todo en el oriente del estado de Yucatán, el cansancio de los pozos de extracción y artesianos. El agua ha bajado de nivel. Los campesinos han reportado el fenómeno a las autoridades pertinentes, pero toda denuncia se esconde bajo el manto del silencio.

Los abundantes mantos acuíferos son imán para aquellos que, teniendo los recursos económicos, invierten su capital para multiplicarlo en proyectos que se disfrazan de beneficios sociales.

En un silencio fabricado, la empresa Enerall, propiedad de un rico industrial metido a la política supuestamente para servir de puente entre empresarios y gobierno, ha invertido fuerte capital en la actividad agroalimentaria y de investigación en la zona oriental del estado, aprovechando la vastedad de los recursos hídricos de la región.

Sabemos que en el oriente los afluentes subterráneos son abundantes y la constitución geológica del suelo permite que las recargas del acuífero sean inmediatas. No todos están enterados que, en el Atlas del Agua en México, publicado por Conagua en 2018, se afirma que debajo de los suelos de Yucatán se encuentran las dos terceras partes de las reservas acuíferas del país.

La depredación realizada en los territorios indígenas y del agua del subsuelo de la zona es descomunal, de manera que los campesinos se alarman cuando ven el nivel que alcanzan el agua tanto de los cenotes como de sus pozos de riego. Hace todavía algunos meses, diarios nacionales y locales dieron cuenta de cómo un cenote ubicado en la zona de Colonia Yucatán había sido azolvado por la empresa citada, para permitir desviar las corrientes de agua hacia otros afluentes. El asunto llegó hasta las “mañaneras”, pero el silencio se instaló en la boca de todos los involucrados.

Resulta anacrónico pensar que todo tiene que mantenerse estático, la modernidad es un ferrocarril que avanza hasta las zonas más intrincadas, pero no resulta una excusa que en aras de esa modernidad se destruyan ecosistemas preservados por centurias; si la ganadería extensiva, como industria alimentaria, ha destruido grandes cantidades de flora y fauna, sumemos la presencia de extensiones de siembra de cereales dedicados al consumo humano y animal en donde para su cultivo se requieren de miles de litros de agua que son extraídos sin vigilancia de los mantos acuíferos.

Recuerdo que Monsanto fue vetada para la siembra de transgénicos en la localidad, pero ahora con otra razón social pasa desapercibida frente a la invisibilidad de las dependencias federales que se hacen ojo de hormiga ante un miembro del gabinete.

El agua de Yucatán comienza a atraer dinero fresco a través de inversiones que no toman en cuenta la cosmovisión de los aborígenes peninsulares.

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