Punto final
El poder de la pluma
Ser escritor era su sueño, creaba sus historias pero los comentarios no le favorecían. Sentado en el frente de su morada comenzó a escribir…: “Esta es una historia”…, justo en ese momento vio a una hermosa mujer, corrió hasta alcanzarla, se colocó frente a ella y le dijo: “Cásate conmigo”, la mujer creyó que estaba ante un loco. “No habrá problemas”, le indicó, “el día que desees salir de la historia que voy a escribir, te vas sin impedimento”. Con todas esas facilidades la joven de hermosos ojos claros y sonrisa fresca entró a la vida del escritor en ciernes.
Él la amaba, la idolatraba, era tan fuerte el enamoramiento que ella poco a poco cayó rendida a sus efluvios amorosos. Todo era felicidad, no veían barruntos amenazantes en su futuro.
En ese momento de mayor intensidad romántica, ella decidió obsequiarle al escritor un punto final. Encontró uno agradable y fuerte, pidió que lo envolvieran en una bolsita de gamuza y que al frente le dibujaran un corazón. En la noche frente a una copa de vino, ella le entregó el obsequio, el joven agradeció el regalo pero se mostró escéptico en cuanto a su funcionalidad.
“Por favor te lo suplico”, le dijo, “cuídalo con esmero, en estos tiempos encontrar un punto final es difícil”. El joven que empezaba a caminar en la madurez, la miró antes de decirle: “Nunca dejaré de amarte”.
El escritor escribía diariamente, había logrado éxito con algunos títulos literarios, sus viajes a conferencias, charlas y promoción de sus obras lo alejaban durante algunas semanas del hogar.
La mujer sentía el peso de la rutina. Fue en esos tiempos que el escritor notó que la gamuza que encarpetaba al punto final tenia desgastes, así que en una calle de Nueva York compró un estuche de plata, y con enorme cuidado depositó ahí el punto final. Al llegar a su casa, guardó el estuche en la caja fuerte.
La mujer se empezó a desesperar por los viajes constantes, molestábale tener todos los días que acomodar las miles de hojas impresas de una historia de amor tan larga. Un día, presa de la ira, le gritó al hombre: “Ya hay que ponerle punto final a esta historia, ya no puede continuar. No te amo, te detesto”. “El mismo sentimiento me provocas”, le contesto su pareja.
Por semanas completas se dedicaron a buscar el punto final. Hurgaron hasta en los lugares más inverosímiles, pero el punto final se había extraviado. La mujer acusaba al escritor de haberlo escondido a propósito; el pleito llegó hasta un litigio judicial, el juez sentenció: sin punto final no puede concluir la historia.
Ya desesperado el hombre publicó en el Facebook: “Compro un punto final, no importa que ya esté usado, siempre y cuando sirva para terminar esta historia”.