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Cada vez es más frecuente encontrarse a conocidos cuyas conversaciones terminan expresando su malestar, en ocasiones desconociendo los motivos o justificándolo con la edad, situaciones hormonales y, a últimas fechas, la pandemia. La realidad es mucho más compleja como lo sostienen Javier Padilla y Marta Carmona en su ensayo Malestamos, médicos españoles que hablan del sufrimiento psíquico que aqueja a la sociedad, más allá de algún factor psicofísico.

Si bien la salud mental está en la agenda de los gobernantes, hacen muy poco por cambiar las estructuras socioeconómicas que aliviarían o “curarían” tales dolencias. En días recientes se comenzó a celebrar el aumento del veinte por ciento al salario mínimo, sin embargo, antes de tenerlo en la cartera, todos estamos pagando los incrementos sin recato que, en casos, están arriba del rimbombante incremento no visto desde hacía varias décadas. Aún está en las Cámaras la posibilidad de que los días de vacaciones se dupliquen, por el desgaste de largas jornadas laborales en detrimento de la salud física y mental, lo que al parecer no será posible y quedará a negociación entre el empleador y el empleado.

En el caso de Yucatán, el desmesurado aumento de personas que han cambiado su residencia a “la tierra prometida” no deja de causarnos caos, perturbando las rutinas de vida que debemos de cumplir a cabalidad. El arribo de gente, ya sea de visita o para vivir, está trastocando los tiempos de llegada a los trabajos, el transporte público es insuficiente, lo que se planea desahogar con trecientas cincuenta nuevas unidades que ahora congestionarán las vías. La molestia de nuevas construcciones que provocan apagones y escasez de agua por la deficiencia de servicios, amenazan la privacidad de familias que ahora tienen edificios circundando sus viviendas, ya que cualquiera viene de fuera y compra casas para derrumbarlas y construir micro departamentos a precios equiparables a Ciudad de México o Monterrey, en donde el salario mínimo supera al del resto del país.

Tener un sueño reparador como lo recomienda la Organización Mundial de la Salud es incierto, lograrlo es un lujo por causas ajenas a la biología. La contaminación auditiva, producto de la cultura, usos y costumbres, y la anuencia de las autoridades, quienes sin reparar en el perjuicio emiten permisos para trastornar el sueño. El maltrato animal ocasiona que haya gente que tiene en sus patios o jardines traseros a sus mascotas que ladran toda la noche por las sombras. Los mágicos cambios de uso de suelo que transforman un terreno en un Body Shop al aire libre, en medio de las viviendas, que funciona desde las siete de la mañana con sus máquinas lavadoras y aspiradoras, sin importarles si eso dañará a los vecinos y les ocasionará estrés, incremento de presión arterial, hasta provocarles un infarto, como aseguran los especialistas del sueño. Usos y costumbres como reventar petardos en las noches y música arriba de los decibeles los fines de semana. La lista es interminable…

Quizá, hemos perdido la paz en Yucatán sin darnos cuenta.

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