Las reformas necesarias
Héctor López Ceballos: Las reformas necesarias.
De entre las muchas cosas cuestionables del Presidente de la República, esta semana se anunciaron unas reformas que, de desarrollarse completamente, serían un gran acierto del Gobierno obradorista: la reforma concerniente al salario mínimo y la relativa al retiro y pensión de los trabajadores.
La primera versa sobre que el aumento al salario mínimo tendrá siempre que ser mayor a la inflación. De botepronto parece una reforma necesaria para fortalecer el poder adquisitivo de la clase trabajadora (la inmensa mayoría del país), pero tiene que manejarse con cuidado para evitar, como ya sucede en otros países, una competencia sin cuartel entre el salario y el aumento de los precios. No olvidemos que en naciones del cono sur se han decretado aumentos exorbitantes al sueldo diario de los obreros para tratar de hacer frente a la absurda inflación que termina aniquilando la economía y obliga a los países a devaluar su moneda ante lo impráctico de cargar decenas de miles de unidades en el bolsillo -para mayor referencia véase Venezuela y Argentina-. Sin embargo, sí considero que el salario mexicano todavía soporta aumentos incluso por encima del índice inflacionario; durante décadas se negó un mejor ingreso a los trabajadores con el absurdo argumento de que no aumentaba la productividad. La falacia se cae cuando vemos que México tiene un buen nivel de productividad y es de los países que incluso trabajan más horas por jornada laboral, pero cuyo salario mínimo está muy por debajo del promedio internacional (al menos de la OCDE).
Pero quizá es aún mayor el acierto que supondría la reforma en materia de retiro y pensiones. Recordará usted que, gracias al aumento en la esperanza de vida de los mexicanos, el sistema de pensiones se vio rebasado y, pretextando una bancarrota en las arcas del Estado y en la seguridad social, la famosa jubilación se cambió por las Afores o cuentas individuales, esquemas en los que una entidad básicamente cobra una comisión exorbitante por guardar el dinero que uno va ganando con sus décadas de trabajo. A diferencia de los que se pensionan por el régimen de Ley anterior, los que cotizamos a partir de 1997 contaremos prácticamente sólo con lo que guardemos (menos la comisión de la Afore) y un mínimo vital de la seguridad social. Si a esa ecuación agregamos que la esperanza de vida sigue en aumento, veremos que en muy pocos años habrá millones de mexicanos viviendo en situación precaria aún habiendo trabajado toda su vida, o de plano no pudiendo darse el lujo de dejar de trabajar en la vejez.
Y es que en otros países se usan, casi en su totalidad, las rentas petroleras y las ganancias de las empresas productivas del Estado para financiar el sistema de pensiones. En México, en cambio, es el propio trabajador el que se paga su retiro, a pesar de haber pagado impuestos y contribuido al gasto público general durante gran parte de su vida. Es decir, hay una obligación de participar en la colectividad, pero al momento del justo retiro cada quien se arregla con lo que tenga y pueda.
Esta es, quizás, la gran reforma que cientos de miles han esperado desde que se condenó a varias generaciones a un futuro incierto y precario. Esta puede ser, si se hace bien y con ganas, la gran reforma verdaderamente revolucionaria y transformadora de un Gobierno que se ha limitado al asistencialismo clientelar y no a la reestructuración que parecía prometer.