Mayas, yucatecos y la fotografía póstuma
Miguel Güémez Pineda: Mayas, yucatecos y la fotografía póstuma.
El mayor apogeo de la fotografía póstuma o post mortem en Yucatán tuvo lugar entre 1890 y 1930, luego fue paulatinamente desapareciendo, aunque en algunos pueblos perduró hasta mediados del siglo XX. Esta práctica llegó de Europa a la Península pocos meses después de haberse presentado en París, en 1939, el primer daguerrotipo, equipo antecesor de la cámara fotográfica, usado en ese entonces para hacer tomas de los hallazgos arqueológicos mayas.
Fotografiar al recién fallecido fue todo un acontecimiento social y cultural que, por su alto costo, se arraigó primero entre las clases pudientes (hacendados, comerciantes, políticos, clérigos), luego se difundió entre los sectores medios y bajos de la sociedad yucateca que también querían mantener un recuerdo fiel de sus seres queridos. Había quienes no compartían esta práctica y preferían recordar a sus seres queridos en vida.
Apenas ocurría el deceso, se llamaba al fotógrafo -que generalmente se anunciaba por la prensa- y se iniciaban los arreglos para la toma fotográfica: bañar al difunto, vestirlo con sus mejores galas, peinarlo; faena que incumbía a las mujeres de la casa o vecinas. El cuerpo se dejaba en su lecho de muerte como si durmiera apaciblemente o amortajado sobre una mesa con las manos entrelazadas como orando, en la que se ponían manteles, flores, cirios, imágenes de santos y objetos preferidos del difunto.
Las fotos se tomaban a menudo dentro de la casa, solos o acompañados por familiares y amigos; otras se tomaban en el corredor o afuera de la casa con el féretro sostenido en posición semivertical en la pared o sobre una mesa. No existen registros fotográficos de los difuntos como si aún estuvieran vivos, como se acostumbraba en Europa.
En el caso de los niños de corta edad y bebés, suelen aparecer reposando en los brazos de su madre, su padre o padrino, aunque también se fotografiaban con sus hermanos y abuelos. A los no bautizados se les dejaba y enterraba con los ojos abiertos. Se creía que así podían ver su camino hacia la “Gloria de Dios”, como angelitos, libres de culpas y pecados.
Contrastan las fotos suntuosas de niñas y adultos ataviados con elegantes trajes, con las de niños mayas envueltos en un sencillo pañal, o adultos envueltos en sábanas sobre una mesa o dentro su ataúd.
Si bien muchos eran retratos artísticos, tomados con delicadeza, no dejaban de producir una sensación de pesar y tristeza. En ese entonces, tales imágenes no se consideraban macabras ni morbosas, solo cubrían la necesidad de conservar el recuerdo de un ser querido. Era una época en la que prevalecía la ideología del romanticismo y el sentimiento, pero también de una alta mortalidad, sobre todo infantil.
El ritual de la fotografía póstuma siguió vigente hasta mediados del siglo XX, como en Tzucacab, al sur del estado. Recuerdo una foto enmarcada, colgada en la sala de la casa de mi abuela; era de una niña recostada con una coronita de flores en las sienes. Al preguntar, mi tía me dijo que se trataba de su hermana gemela que había fallecido a los cuatro años.
Las fotos luctuosas fueron desapareciendo a medida que se iban generalizando las cámaras de fotos y el revelado instantáneo, que van a permitir fotografiar a los niños desde su nacimiento. Aunque durante más de medio siglo la foto póstuma tuvo una gran vigencia.