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Hace no muchos días me volvió a ocurrir. No es que suceda con frecuencia, pero cada cierto tiempo algo sensacional ocurre, algo emocionante e impredecible que me acelera el pulso y me llena de emoción. Hasta que abro los ojos para descubrir entre penumbras la realidad de la noche y que estoy apenas despertando de un sueño fantástico. No sé si a ti también te habrá ocurrido alguna vez, pero en mi experiencia cuando el sueño es increíblemente hermoso, siempre trato de regresar a él. Intento cerrar los ojos y encontrar nuevamente la puerta de acceso a ese lugar magnífico. Y aun cuando hay veces que parece que regreso al sueño, todo se siente distinto. A pesar de desearlo con todo el corazón, es imposible regresar. Así de rápido, en solo unos segundos transitamos de un escenario a otro, aunque esto no solamente ocurre en el mundo de los sueños.

La vida suele parecernos algo tan grande, tan extenso, que nos da trabajo entenderla en toda su extensión. Como si fuera un escenario que mantiene permanentemente la forma a lo largo de todo nuestro camino. Pero como siempre ocurre, hay instantes que nos llevan a tomar distancia y aprender a verla como en realidad es; una colección interminable de variables en movimiento perpetuo, que a simple vista parecen inmóviles, pero en realidad van mutando todo el tiempo, modificando nuestra realidad. A veces son cambios ligeros e imperceptibles y otro tanto son cambios tan bruscos que podrían convertir tu vida en algo irreconocible.

Para mí ese día llegó una mañana de sábado cuando recibí la llamada en la que me enteré de que mi padre había muerto. Esto es lo que ocurre cuando enfrentamos la pérdida de un ser querido. Eventualmente aprendemos a lidiar con ella. Aceptamos, agradecemos, entendemos. Pero esto no cambia el hecho de que el escenario de la vida cambió para siempre. A partir de ese momento la vida se volvió un lugar irreconocible, en dónde casi todo parece estar en su sitio y, sin embargo, no lo está.

Todas las mañanas bajo las escaleras y mientras preparo el café veo su foto sonriéndome desde la sala. Lo saludo como si estuviera ahí, una nueva rutina mañanera, pero hay algunos días donde el saludo viene seguido de una sensación de vacío imposible de explicar. En la que me es difícil lidiar con la idea de que él ya no está, que en este mundo no existen más su voz, su olor, sus manos. Es ahí cuando la realidad duele más, porque no la reconoces más con su ausencia. Es una realidad que se parece mucho a ese sueño al que intentaste regresar, pero no pudiste. Dónde no encuentras la puerta de acceso a ese lugar magnífico. Aunque cierres los ojos y lo desees con todo el corazón, todo ha cambiado y se siente distinto.

Yo sé que habrá quien no lo entienda o quien lo haya vivido de otra forma. Pero la pérdida también es eso: despertar de un sueño fantástico, increíblemente hermoso, al que nunca habremos de volver.

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