Cuidado con lo que escribes
Aída López: Cuidado con lo que escribes
Imposible no subirse al tren de los opinólogos cuando se tiene algo qué decir del rompimiento de Mario Vargas Llosa e Isabel Presley, quienes demostraron que sus campos magnéticos resultaron incompatibles, repeliéndose después de ocho años. A solo tres de que publicara La civilización del espectáculo (Alfaguara, 2012), él mismo se volvió parte del circo y como “en la casa del jabonero el que no cae, resbala”, pues ahora está inmerso en esa “literatura light” destinada a divertir sobre la que argumenta en su ensayo. Incluso se ha mencionado que la relación fue algo así como un estudio de campo antropológico, ya que en su libro critica la banalización de la cultura, el periodismo de la chismografía y la frivolidad. En el ensayo el escritor califica a la revista ¡Hola! como auténtico periodismo de la civilización del espectáculo: “he visto con mis propios ojos la vertiginosa rapidez con que aquella criatura periodística española conquistó la tierra de Shakespeare”. En el mismo texto reflexiona acerca del protagonismo de los modistos -¿acaso Kors, Pertegaz, Versace que visten a Isabel?- o los chefs –quizá Master Chef, donde ganó la hija de Isabel-, quienes se roban el protagonismo que antaño tuvieron los científicos, los filósofos y los artistas virtuosos.
La prensa rosa es mucho más mediática que la intelectual, da tantas versiones e interpretaciones de la actuación del Premio Nobel; cada uno de sus pasos se lo atribuyen a la socialité. En días pasados, en las redes difundieron un video donde Vargas Llosa está leyendo en francés la novela de Gustave Flaubert, Madame Bovary, por supuesto enseguida los periodistas del corazón lo interpretaron como indirecta a la Presley que en esos momentos se encontraba en Miami y a quien ya se le vincula a un nuevo romance.
Sin embargo, quienes han leído La orgía perpetua saben que no llevó dedicatoria, ya que Madame Bovary es uno de los libros, sino el más, que ha influido en su obra desde su primer acercamiento cinematográfico y después académico hasta que en el verano de 1959, estando en París por una beca, finalmente compró en una librería del barrio latino la edición de Clásicos de Garnier, misma que desde las primeras líneas lo hechizó de manera fulminante, según sus palabras. La obra la ha releído más de media docena de veces, ya sea de manera total, por capítulos o episodios. Próximo a recibir la espada que lo acredite como miembro de la Academia Francesa, estando en París y siendo la novela de Flaubert tan poderosa en su existencia, era de esperar que se dejara grabar por su hijo leyendo un fragmento de la primera edición en su idioma original.
Por lo pronto, si el cuento “Los vientos” (Letras Libres, octubre de 2021) es la crónica anunciada de lo que ocurriría un año después en la vida sentimental de su autor, lo sabremos en cuanto salga la precuela. Quizá hasta entonces entendamos qué clase de viento lo llevó a la cultura de oropel.