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El coronel Feliciano Padilla tiene un busto erigido en su memoria en el pueblo maya de Calotmul y su nombre se perpetúa en la biblioteca municipal; en alguna ocasión sugerí que la biblioteca llevara el nombre de alguna celebridad de la cultura municipal e incluí dos propuestas: la de Felipe Pérez Alcalá y la de Alfredo Aguilar Alfaro, ambos nacidos en Calotmul y de reconocida trayectoria en la cultura peninsular. El argumento que esgrimí es que el coronel Padilla fue un militar sin pundonor, aunque valiente como pocos, peleó toda las guerras del siglo XIX, e incluso en la guerra social de castas comandó un pequeño ejército irregular que gozaba de matar a los mayas que encontraba en sus correrías; terminada la guerra étnica entre mayas y blancos, sobrevivió de  la cacería de mayas para venderlos como esclavos a los cubanos a través de poderosos hacendados.

A los practicantes de la  profesión de cazar mayas se les llamó “indieros”, el valor de un maya era tan bueno que muchos cayeron en la aplicación “de los contratos de servidumbre”, uno de ellos fue Sebastián Molas, “El Tigre del Oriente”; en el municipio de Tizimín existe una escuela que  ostenta su nombre. Sebastián Molas Virgilio era hijastro de Santiago Imán Villafaña, el héroe olvidado de la independencia de la península de Yucatán. El oficio de “indiero” de Molas ofendió a su madre, María Nicolasa Virgilio, y su padrastro, a tal grado que lo desconocieron hasta en su muerte.

El olvido de esta parte de la historia es infamante para el pueblo maya actual y su ignorancia histórica ha provocado que los mismos mayas defiendan a sus opresores del pasado, como evidenció mi propuesta dirigida a las autoridades de mi pueblo natal, en donde la población maya mayoritaria se ofendió. El  busto se encuentra en el  lugar de siempre y la biblioteca conserva el nombre de un hombre que practicó el comercio humano.

No se trata de repartir culpas, pero autoridades nacionales, liberales o no, estatales, la Iglesia y otras instituciones se tornaron ciegas a lo que sucedía a su alrededor; la trata de esclavos mayas no duró un día, fueron años de temor e ignominias para seres que cargaron con el pecado de ser aborígenes, condenados a ser extranjeros en su propia tierra y huéspedes en su propia casa, en el mejor de los casos. Este silencio cómplice existe hasta en esta modernidad. Las voces discordantes son mínimas frente a la discriminación que el poder político usa como signos de avasallamiento a los mayas actuales.

¿Acaso la estatua de los Montejo no lastima a mi raza? La chimenea de Altabrisa, ¿creen que no nos recuerda la esclavitud de nuestros ancestros?

En la actualidad ya no es la esclavitud  y la trata de mayas la noticia, ahora son otras formas de igual crueldad las que encadenan a los mayas, tan peores como en el pasado.

 

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