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Creada como Colonia Penal en 1905, Islas Marías consta de tres islas principales: María Cleofas, María Madre y María Magdalena. Este archipiélago del Pacífico mexicano después de más de un siglo de funcionar como prisión, se convertirá en centro para las artes, la cultura y el conocimiento del medio ambiente.

El presidente Andrés Manuel López Obrador dijo la semana pasada, tras firmar el decreto, que el cierre del Complejo Penitenciario Islas Marías “es un homenaje a todos los presos del mundo y a dos presos distinguidos, ejemplares, extraordinarios: José Revueltas y Nelson Mandela, y es también un reconocimiento a los derechos humanos”.

En sus inicios, la vigilancia del penal estuvo a cargo del Ejército y luego tomó la estafeta la Marina, que también tenía ahí un pequeño buque, el Polimar 3, de 48 toneladas, y una decena de tripulantes.

A mediados de los 70 conocí Islas Marías. En María Madre está Puerto Balleto, un pueblo apacible como hay muchos de pescadores, de belleza natural, palmeras por todos lados y playas limpias; no parecía una cárcel, salvo por los marinos y unos cuantos custodios. Los prisioneros vivían en campamentos, trabajaban en la agricultura, una granja camaronera, carpintería, ganadería, porcicultura, las desalinadoras (el agua escasea en el lugar), actividades manuales y, por supuesto, la pesca.

Por esos años, la comunicación vía marítima la realizaba el buque transporte “Zacatecas” de la Armada, conocido entre la marinería como “El zapatito”, por su peculiar forma. Zarpaba semanalmente de Mazatlán llevando víveres, materiales de construcción y otros insumos; también a familiares de internos que iban a visitarlos y, en ocasiones, nuevos habitantes para el penal o quienes regresaban a la libertad tras cumplir condenas. También se podía llegar vía aérea por avioneta, que aterrizaba en una pista cerca de la playa, esto con autorización de la Secretaría de Gobernación.

En 1976, nuestro guardacostas, el G-04 “Ponciano Arriaga” relevó al “Zacatecas” durante un tiempo en que fue enviado a mantenimiento al Astillero de Marina de Salina Cruz, Oaxaca. Zarpábamos el miércoles por la noche de Mazatlán, llegábamos a Puerto Balleto al amanecer del jueves y por la noche retornábamos para atracar el viernes temprano en Mazatlán. Gracias a esos meses de navegación a “Marías”, acumulamos muchas singladuras (4 por semana) que nos permitieron sumar un año más a nuestra travesía en la naval.

Nos correspondió llevar dos “cuerdas” de reos. La entonces Octava Zona Naval se convertía en una fortaleza custodiada por infantes de marina. Los condenados eran alojados en la bodega de popa, habilitada como sollado (dormitorio). No los recuerdo tristes, más bien resignados o hasta contentos, porque se decía que quienes iban a Islas Marías lo habían solicitado a Gobernación y solo eran aprobados si habían observado buena conducta en los penales de procedencia, eran los bien portados. Además, ahí podrían llevar a sus familias. Era una cárcel sin barrotes, aunque, como se dice “...no dejaba de ser prisión” (Continuará).

Anexo "1"

Fuga en balsa

Una noche de 1976, zarpamos en el guardacostas “Ponciano Arriaga” la tripulación de guardia (una veintena de hombres) en busca de un grupo de presos que había escapado de la entonces colonia penal de Islas Marías.

Al amanecer los avistamos. Eran tres y estaban a la deriva sobre una cámara de llanta, un palo por mástil y un trapo por vela. No habían avanzado hacia la costa. Al pegarse al costado del barco subieron a bordo. No hubo resistencia, más bien agradecimiento. Solamente llevaban una bolsa de plástico con galletas y un poco de agua. Se les ofreció alimento y vestuario. Enfilamos al penal donde fueron entregados, recuerdo que contentos por estar a salvo.

Un oficial les preguntó si había valido la pena el intento, y uno de ellos contestó que sí, que la libertad vale eso y más, hasta la vida.

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