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La corrupción es una pandemia denigrante de la autoridad. No existe en el planeta país libre de esta patología, aquí entre nosotros posee carta de naturalización. La ONU le ha declarado guerra frontal, motivada por “los problemas y amenazas que plantea para la estabilidad y seguridad de las sociedades”, visibilizar este estigma que infecta a los humanos en actividades políticas, creencias religiosas, grupos sociales, partidos políticos y un largo etcétera, es la justificación de la existencia del Día Internacional contra la Corrupción.

Las prácticas corruptas no son inmanentes a esta modernidad –ahora sólo tienen mayor publicidad-, existe evidencia de su presencia en el pasado del Homo sapiens; en numerosas ocasiones es citada en los libros judaicos del cristianismo, ejemplo en Isaías 3:15 se lee: “El que rehúsa ganancias fraudulentas, el que sacude la palma de la mano para no aceptar sobornos…ese morará en las alturas…”, y para no dejar duda de su existencia traigo a colación otra cita judaica. “No torcerás el derecho…no aceptarás soborno porque el soborno cierra los ojos de los sabios…” (Dt. 27:29). Más claro ni el agua salada.

Blanco Moheno en su libro La Corrupción en México, desde un enfoque periodístico, realiza un análisis crítico de esta inmoralidad tan arraigada en la cultura de este terruño y ubica el génesis de la corrupción en la Nueva España, en el momento en que los conquistadores, apoyados en la ignorancia de los indígenas, les cambian oro por espejos, algo análogo a la compra de votos, maña común que a veces se disfraza de asistencialismo. La interpretación dada a esta acción de los soldados de la conquista es multifacética e indigna el abuso del poder que abre brecha al tráfico de influencias, el soborno, malversaciones, fraudes, nepotismo, impunidad, uso de información privilegiada y las que vayan añadiendo.

Cualquier ciudadano se crispa frente a la corrupción de los políticos y mayor desconfianza existe cuando los delitos quedan impunes; aunque también lastima la corrupción económica, manifiesta en quiebra intencional de empresas, concursos amañados, adjudicaciones directas; y la social que tiene que ver con factores culturales, religiosos y morales, actividades muy cercanas a la población en general.

Lo trágico de la corrupción es que nace en el seno familiar y se perfecciona en la educación actual; así como la violencia se replica en el hogar, el corrupto consuetudinario empírico se forma  observando a sus progenitores. Primero enseñamos a mentir: “Si viene el vecino dile que no estoy”, se enseña a saltar las colas, se justifica utilizar las facilidades de discapacitados. Resulta plausible el actuar con deshonestidad, engañar al cliente, falsear la información, todo bajo el lema: el que no tranza no avanza.

Las “palancas” merecen un cohecho navideño, porque, ya lo dijo Obregón, no hay general que aguante un cañonazo de billetes.

 

 

 

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