Las licencias del Carnaval
Aída López: Las licencias del Carnaval
No sé si no es mejor trabajar en rectificar y suavizar las pasiones humanas que pretender eliminarlas por completo Jean-Baptiste Poquelin La ansiedad que causa la idea de morir puede llegar al extremo de sentirnos enfermos sin estarlo. Molière obsesionado por retratar las pasiones y la naturaleza humana a través de la farsa, la sátira y la comedia de intriga, escribió acerca de la Hipocondriasis en El Enfermo Imaginario, tragicomedia musical ambientada en París en 1673.
Clara alusión al trastorno que padece Argán, el protagonista, quien necesita con urgencia a todos los médicos y fármacos para aliviar sus “dolencias”, mismas que por supuesto le hacen gastar cuantiosas cantidades de dinero que intenta ahorrar casando a su hija con el hijo de uno de sus médicos. Un consuegro en esa profesión sería ideal, pero sería mucho mejor que el mismo enfermo se convirtiera en doctor, ya que “no hay enfermedad tan osada que se atreva a jugársela a un médico”.
El hermano de Argán aprovecha la barba de este que le da la mitad del camino ganado y el Carnaval, para colocarle toga y birrete, haciéndole creer que con el ajuar automáticamente adquirirá el latín, el conocimiento de las enfermedades y la medicación, total que con semejante vestimenta “todo charlatán resulta un sabio, y los mayores desatinos se admiten como cosa razonable”. La descabellada idea asombra todavía más a los otros personajes, cuando el hermano convoca a un grupo de comediantes a una mascarada, parodiando la recepción de un médico, quienes aleccionarán al “graduado”, con unas cuantas palabras y le darán el discurso escrito que deberá pronunciar.
A fin de cuentas el protagonista sabía más de enfermedades y medicinas que los mismos galenos que lo frecuentaban, quienes nunca lograron quitarle sus males. Sin duda, una crítica a los charlatanes que se hacían pasar por médicos en el siglo XVII. El Carnaval fue el momento propicio para que Argán se liberara de las ideas maniáticas que lo tenían preso de sí mismo.
El 10 de febrero, Molière estrenó en el Teatro del Palacio Real, El Enfermo Imaginario, lugar donde el dramaturgo venía representando sus creaciones desde 1660, ahí donde había escenificado unos años antes El Tartufo, la obra preferida del cura Hidalgo. La obra resultó profética, fue la última escrita y actuada por Molière, cuyo desenlace fatal no fue producto de su mente, aunque seguramente lo hubiera deseado.
Enfermo de tuberculosis a los 51 años, el 17 de febrero de 1673 durante su cuarta representación como Argán, después de un ataque de tos y convulsionar, se desplomó en el escenario. Derivado a que su indumentaria en ese momento era amarilla, el color se asocia a la fatalidad. Después de más de cuatro siglos se continúa evitando el amarillo en las escenografías y las caracterizaciones, a pesar de que existen otras versiones en cuanto al color que vestía. Vigente también resulta el efecto liberador de la fiesta de la carne, donde con máscara o sin ella, escapan los demonios.