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Ricardo López Méndez nació hace 120 años en Izamal, Yucatán, con una misión: cantar y contar la memoria de su país a través de sus letras y su voz frente al micrófono. Sus escritos en distintos géneros literarios atravesaron la gama de emociones, ya que lo mismo escribió poemas amorosos que filosóficos o épicos.

Su vida transcurrió en momentos coyunturales de Yucatán y Ciudad de México, lo que le dio la oportunidad de dejar constancia en sus ensayos, guiones y producciones radiofónicas, medio en el que se desempeñó hasta tener sus propias radiodifusoras; una aquí en Mérida. Fue pionero en el medio como cofundador de la XEW en 1930 a los 27 años -precoz como dijo Carlos Monsiváis-, al segundo día ya estaba transmitiendo en vivo a control remoto.

Su carrera de más de 50 años en la radio comenzó en 1922 cuando siendo colaborador del entonces gobernador Felipe Carrillo Puerto, éste fundó de la “XEY La voz del mayab”, proyecto que se truncó a partir de su asesinato, sin embargo, Ricardo continuó con la inquietud del político hasta convertirlo en su forma de vida.

Sin duda el poema de resistencia Credo fue un parteaguas en la vida de Ricardo López Méndez. Gracias a éste, el también poeta Antonio Mediz Bolio le dio el sobrenombre de Vate, porque dijo que “vaticina, conoce la memoria de su pueblo y la canta. Comprende de cerca y de lejos lo que significa la patria”. Recopilando algunas de las opiniones de sus contemporáneos acerca de Credo

Los domingos eran de fiesta con el tradicional puchero de El Patio Español que tanto le gustaba, las noches terminaban en La Flor de Santiago, la crema española y las cremitas de coco rociadas de canela en polvo acompañaban los recuerdos de familia encontramos reflexiones de admiración a su obra por prominentes personajes como Pablo Neruda quien consideró que “el poema era el prólogo de todo lo que se iba a escribir sobre México”.

Lo recuerdo con su voz sonora, su paso decidido, su mirada de azul intenso, cristalina, tez rubicunda, guayabera blanca con paliacate al cuello, así viene a mi memoria su imagen. Sus visitas a la apacible Mérida eran frecuentes, lo que significaba un acontecimiento para la familia. Su personalidad era capaz de llenar un salón de eventos, un teatro. Las tertulias familiares se prolongaban, yo, simple espectadora a mis escasos siete años.

El volumen de su voz me impresionaba a la par de su sapiencia; fechas, anécdotas, nombres, sucesos históricos, estaban contenidas en su memoria inagotable. Los domingos eran de fiesta con el tradicional puchero de El Patio Español que tanto le gustaba, las noches terminaban en La Flor de Santiago, la crema española y las cremitas de coco rociadas de canela en polvo acompañaban los recuerdos de familia.

La primera vez que supe del yogurt, fue precisamente con el tío abuelo Ricardo. En la añeja casona del barrio se recibía a los parroquianos con panes recién hechos, aromático café y la novedad de los búlgaros, ya que prometían salud y bienestar no solo digestivo, sino a todo el organismo. A más de un centenario de su natalicio, el abuelo, el amigo, el poeta, el locutor, el ensayista, pervive en la memoria de su tierra.

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