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En algún momento nuestras sociedades cayeron en la creencia de que divertirse es el camino para ser feliz. Nos engañamos imaginando que, si acudimos a un lugar con suficiente música, baile y bebidas, estamos cultivando la alegría, suponiendo que nos sentiremos permanentemente eufóricos si atiborramos nuestra vida de situaciones divertidas.

Son miles o millones quienes, después de una intensa noche de juerga nocturna, a la mañana siguiente no encuentran junto a ellos aquella alegría que pensaban haber atrapado en el destrampe de la noche anterior.

Seres confundidos que procurando divertirse imaginan encontrar en algún momento la alegría en sus vidas; suponiendo que la diversión les llevará directamente a la alegría, consumen cada día la mayor cantidad posible de festejos.

No logramos descubrir que lo importante no es divertirse, sino la relación que establecemos con los otros al celebrar. Participamos en actos que solo comercializan y masifican el proceso de divertirnos, sin entrar en verdadera relación y contacto con el ser humano que tenemos enfrente. Seguimos el camino seguro para sentirnos vacíos al acabar la fiesta, porque no es lo que hacemos lo que nos lleva a la alegría, sino la relación que establecemos con las personas con las que hacemos las cosas.

Confundimos la alegría con la diversión, de la misma manera que confundimos el amor con el erotismo. Millones de parejas acaban estableciendo una relación basada en el deseo y la pasión, convencidas de que sentirse atraídas y enamoradas les llevará forzosamente a las puertas del amor y alegría.

Acabamos confundiendo enamoramiento con amor, siendo que el enamoramiento es la puerta de entrada al amor, pero el amor es mucho más grande que el enamoramiento.

Por eso tantos creen que el amor se acaba cuando el enamoramiento cesa, cuando la realidad es que el amor si acaso se inició, pero no se desarrolló; persiguiendo la sensación y el sentimiento irán de pareja en pareja pretendiendo encontrar un amor que se les escurre entre los dedos, ciegamente convencidos de que el amor es la sensación que tanto anhelan.

La alegría verdadera se manifestará a aquellos que comprendan que diversión no es necesariamente euforia, que la alegría viene de la convivencia y que esa convivencia es la que transforma un simple enamoramiento en un profundo amor, fructífero, pleno, sencillo y alegre.

Es en la relación con el otro en donde encontraremos el camino a la verdadera alegría. Curarse las heridas, apoyarse uno a otro en el dolor, tomarse de la mano al caminar, reír por los pequeños accidentes hogareños, sentirse acompañado aun en la distancia, dormirse viendo su rostro y despertar viéndote reflejado en sus ojos, ¡esa es la verdadera, la sencilla alegría!

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