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Aunque por lo general solo asociamos a los marinos navales, a los pescadores y algunos prestadores de servicios náuticos, hay varias actividades marítimas de gran relevancia y de las que poco conocemos, pero que son fundamentales para el desarrollo de una nación y que, aunque no lo percibimos, impactan en muchas y diversas formas nuestra vida.

Tal es el caso de los oceanógrafos, o exploradores del mar, una profesión de la que poco se conoce y que requiere embarcarse en una travesía en la que, por sobre todas las cosas, se debe tener amor al mar y a los barcos, y en donde los derroteros llevan siempre a las profundidades de los océanos que siguen guardando muchos secretos, y es que el aprovechamiento de los recursos marinos es una actividad estratégica, desde los puntos de vista económico, político y social.

La Marina tiene seis buques oceanográficos y a través de su Dirección de Oceanografía, Hidrografía y Meteorología realiza investigaciones en ambos litorales del país, en coordinación con diferentes entidades del gobierno federal, instituciones educativas y centros de investigación. Estos barcos, que renta la Semar, cuentan con instalaciones para realizar estudios marítimos, alojamiento para investigadores, laboratorios, equipo para toma de muestras de agua, sedimentos y recolección de flora y fauna marinas.

Sin embargo, quien lleva la vanguardia en este tema, desde hace casi cuatro décadas, es la Universidad Nacional Autónoma de México, con los buques “Puma” y “Justo Sierra”, ambos construidos en Noruega, diseñados para atender una amplia gama de observaciones y muestreos oceanográficos, tanto en aguas someras como en las profundas de los mares adyacentes, hasta profundidades máximas de seis mil metros y en las condiciones más adversas de tiempo y mar que suelen presentarse en esas zonas, como huracanes, “nortes” y tormentas. Su aporte ha sido de gran valor en la investigación científica en los mares mexicanos.

La instancia que tiene a su cargo la administración y promoción de esos “pumas marinos” es la Coordinación de Plataformas Oceanográficas, que dirige nada menos que una mujer, la doctora en oceanografía geológica Ligia Pérez-Cruz, quien, afirma, se enamoró del mar y de sus ecosistemas durante sus travesías a bordo de esos buques. Ella participó, en 2016, en la Misión 364 que exploró las rocas del cráter de Chicxulub en busca de reconstruir el clima en el pasado geológico.

La referencia a la doctora Ligia (su esposo también es doctor e investigador de la UNAM) es porque en el reportaje de ayer sobre alternativas para graduarse en Yucatán, publicado en Novedades Yucatán, se mencionan nuevas carreras y especializaciones con énfasis en la tecnología; que los llamados milennials buscan el confort, y también el desencanto de una egresada de teatro del ESAY.

Todo tiene que ver con la elección de la profesión, oficio o actividad a la que nos queramos dedicar, es decir, nuestra vocación y capacidad, que podemos desempeñar con gusto, convencidos de que aportamos algo a la sociedad y al país.

Anexo “1”

 Y los fareros…

 Otra actividad poco conocida y menos reconocida, es la de los guardafaros (comúnmente llamados fareros), de los que quedan poco más de cien en nuestras costas e islas, pues la tecnología los ha ido relevando, ya que ahora los cíclopes del mar no usan lámparas de aceite y mecanismos de relojería, sino luces de leds, todo automatizado, es decir, la llamada “realidad virtual”.

Atrás quedaron los desembarcos en lancha que realizábamos durante nuestra travesía en la Armada, en alguna isla o parte alejada de la costa,  para relevar a estos “ermitaños del mar”, llevarles víveres o reponer las grandes baterías para encender periódicamente las luces para guiar a los marinos. Además, los buques cada vez dependen menos de los faros en sus derroteros, pues la mayoría de los buques cuentan con Sistema de Posicionamiento Global (GPS) y están provistos de los más modernos sistemas de navegación.

Me pregunto si también desaparecerán los serviolas en los barcos de la Armada, un servicio que se desempeña durante la navegación para otear el horizonte y avisar al puente de mando de la presencia de una embarcación, isla, faro, arrecife, etc., para evitar colisiones y corregir el rumbo, en su caso.

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