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La medida de tu amor a Dios, es la medida de tu amor al prójimo”. En este encierro por la pandemia, no te preguntes si eres feliz, mejor pregúntate si son felices los que viven contigo. Cuántas veces no hacemos mas que sufrir, y estilar regaños y malestar en nuestro hogar. Todo nos parece mal, y llevamos el mal humor a flor de piel. Nos molesta ese hijo que no va bien en los estudios, le agredimos de palabra y sin darnos cuenta le destrozamos el alma. Podríamos hacer una cita con nosotros mismos, y ver cómo podemos ayudarlo y conllevarlo. Podríamos ofrecer todo por Dios y llenarnos de su amor, su fortaleza y su espíritu para conllevar nuestra vida. Bien dice el profeta: “Si conoces el amor de Dios, amarás como Él”.

Tal vez en esta pandemia, sufres la enfermedad de tu madre y tienes que bañarla a diario, alimentarla, darle cuidados como un bebé y, más aún, prodigarle amor, pero ya estás harto, y a veces maldices y empiezas a desear su muerte, pero... ¿y si lo haces por Dios? En este confinamiento por la epidemia, sufres a tu familia y desearías estar solo. En tu domicilio no soportas el encierro, le gritas a tu pareja y a tus hijos.

Tienes que lavar los platos; la casa es un desastre, a veces haces papel de sirvienta, y empiezas a maldecir, te llenas de ira y deseas que esto termine, pero... ¿y si lo haces por Dios?

Ese empleado tuyo que a veces falta, que ya le has explicado mil veces sus obligaciones y sigue llegando tarde. Y además, tienes que contestar el teléfono, preparar tu oficina, poner en orden tu día, porque la secretaria no llega. Nacen en ti el odio y sentimientos que empiezan a darte un dolor de pecho, pero... ¿y si lo haces por Dios?

En este encierro por la pandemia, amar al prójimo y dar sonrisas en vez de caras largas, es una forma de manifestar el amor de Dios. No se te olvide: “El amor es un eco tuyo de la voz de Dios”. Podemos decir como el profeta: “El amor de Dios, si no me lo preguntas, sé qué es, pero si me lo preguntas no podré contestarte”. A Dios hay que sentirlo y disfrutarlo en nuestros semejantes, quererlo en nuestros enemigos, y amarlo en todo aquello que nos mortifica. Todo amor viene de Dios y es generado por Dios.

Ese alcoholismo de tu pareja, que ya no soportas; su carácter cada día es peor y los años les han hecho solo compartir un techo, no convivir en pareja. Tienes que comprender a tu esposo, atenderlo y ayudarlo, pues en él Dios se manifiesta y desea no que sea tu cruz, sino un camino para tu salvación. Y querida amiga, llega el momento en que ya no puedes más y deseas renunciar, pero... ¿y si lo haces por Dios?.

En la vida nos fijamos solo en el esfuerzo que hay que hacer, pero no en la satisfacción que genera ese esfuerzo. Esa enfermedad que hoy te aqueja puede ser un artritismo o... un cáncer. El malestar nace de ti, empiezas a envidiar al prójimo y brotan en tu corazón el odio a tus semejantes, maldices y deseas que esto que te sucede a ti, sea para otro, pero... ¿y si lo ofreces por Dios?.

El sentido de la vida y los valores morales, son las razones y motivaciones que mueven al hombre a comportarse como un ser más fuerte para resistir. Huir de sí mismo, no enfrentar los problemas existenciales, aumentan el hastío y la falta de sentido en la vida.

En esta pandemia, y en este encierro domiciliario, podemos empezar a gozar nuestra vida y disfrutarla, si todo lo ofrecemos por Dios, y vemos el lado positivo de las cosas. Porque las personas que no saben qué hacer con sus vidas, viven afectivamente vidas insatisfechas.

Con el amor de Dios, su fortaleza y el apoyo en la oración, los problemas se transforman en oportunidades para nuestra superación como seres humanos. Bien dice Martín Descalzo: “A la interrogante de tu vida, solo tú puedes darle respuesta. A los problemas de tu vida, tú eres la solución”. Ánimo, de esta pandemia ¡saldremos adelante!.

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