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Óyeme sordo, pues me quejo muda

¿Se encomia o se reprocha que tardaran más de trescientos años en nombrar a Sor Juana mujer ilustre? Por decreto presidencial el gobierno lisonjero anterior intenta resarcir una deuda histórica con la pluma más brillante de este país, que ni en su tiempo ni en estos tres siglos ha dejado de ser reconocida por escritores y lectores. “Hombres necios…”, les diría hoy la monja jerónima, pero no a José López Portillo, quien decretó desde 1979 el 12 de noviembre, fecha de su natalicio, como Día Nacional del Libro.

Todos quisieron doblegarla, callarla y lo lograron de cierta manera... Pero nos deja uno de sus mayores legados, de los menos conocidos: los villancicos de Santa Catarina

Sor Juana vivió rodeada de libros, más de tres mil ejemplares que aseguran conformaban su biblioteca; sin embargo, confiesa en su famosa “Respuesta a Sor Filotea de la Cruz”, que vivió únicamente “teniendo por maestro un libro mudo, por condiscípulo un tintero insensible”. Pero lo cierto es que a la Décima Musa nunca le faltaron elogios, aplausos y reconocimientos, fue consciente del valor de sus poemas con los que inundó calles, palacios e iglesias novohipanas y virreinales de Perú y Nueva Granada; letras que navegaron en el baúl de la Marquesa de la Laguna por los mares inhóspitos que años antes atravesó Colón, para ser publicados por primera vez en España bajo el título de Inundación Castálida (1689).

Mujer rodeada de lisonjas, halagos, éxito y fama, pero también objeto de envidias y traiciones, ansió y esperó en su estrecho mundo colonial mejores opciones para las mujeres doctas y el derecho igualitario al acceso al conocimiento y las artes. Por eso, en uno de sus célebres poemas dice: “Finjamos que soy feliz,/ triste pensamiento, un rato;/ quizá podréis persuadirme,/ aunque yo se lo contrario”, nos deja entrever lo difícil que fue para ella destacar por su inteligencia en un mundo masculino y ortodoxo.

Como dice Octavio Paz en “Las trampas de la fe”, todos quisieron doblegarla, callarla y lo lograron de cierta manera. En el silencio de sus últimos años, Sor Juana se autocensura nombrándose “la peor del mundo”, pero nos deja uno de sus mayores legados, de los menos conocidos, que esperemos con este reciente decreto se difundan: los villancicos de Santa Catarina (1691), un hermoso catálogo de mujeres valientes, bellas e inteligentes con las que se sintió plenamente identificada: “Porque es bella la envidian,/ porque es docta la emulan:/ ¡oh qué antiguo en el mundo/ es regular los méritos por culpa”.

Es muy probable que Juana Inés no necesitara ser nombrada ilustre, pues lo fue desde su tiempo, pero es vital y necesario que su poesía vuelva a leerse, ahora en las pantallas de un mundo en donde todavía caben su voz, sus aspiraciones y sueños.

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