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Probablemente, hoy que leas esta columna seguirán retumbando en tus oídos los acordes del mariachi que de alguna manera encuentran la forma de atravesarse en nuestro camino cada 15 de septiembre (¡y qué bueno!). Una de las cosas que compartimos todos es nuestra propensión por festejar bajo cualquier pretexto. Incluso ahora. Incluso con un país tan difícil de entender, tan dividido y tan maltratado.

Antes de que sigas leyendo, te aclaro algo, no es mi intención escribir esta columna para atacar o defender a ese político en el que estás pensando, tampoco a ese partido que se cruza por tu mente, te aseguro que no voy por ahí. No hay necesidad alguna de hacerlo.

Y es que existe desde hace algunos años un clima de encono, revanchismo y hostilidad entre todos nosotros que va creciendo de la misma manera en la que crece la rivalidad entre dos equipos de futbol. No sé si tú lo has notado, pero yo veo amistades que se truncan, amores que terminan, familias que se fracturan por diferencias de opinión de temas políticos.

Afortunadamente no te voy a hablar de eso; y no es porque no tenga mi opinión (la tengo). No quiero hablarte de eso porque francamente todos estamos hasta la madre de pelear, de hacer corajes todo el tiempo por lo inverosímil que resulta enfrentarse a la realidad de un país, que ha perdido identidad y se encuentra en una transición con rumbo desconocido. Contrario a lo que muchos opinan, la culpa no es de los políticos que gobiernan (es un decir) este país. La culpa es nuestra.

Si existe algo que comparte la clase política es el olor a podrido. Antes de que se enojen y ofendan algunos, reconozco que no conozco a todos y que entre algunos que sí conozco puedo identificar un legítimo interés en el bien común. Sin embargo, aún entre esas contadas elecciones, los buenos deseos palidecen cuando abordan el cabús en el tren jerárquico de sus intereses personales y partidistas; por lo que sirven para muy poco. La política pública en todos los niveles es una y una sola: posicionamiento electoral. Todo se trata de las próximas elecciones y las próximas, además de buscar posicionarte mejor para un puesto en el próximo ciclo electoral. Detrás de ese maloliente carrusel de ingratitudes, quedan los planes estructurales y soluciones reales para un país urgido de soluciones. Pero siempre están en segundo lugar, supeditadas a los intereses electorales del partido en cuestión.

Lo bueno es que los políticos no son la patria. La patria somos todos los demás. Los que hacemos, bien o mal, un camino que nada tiene que ver con las boletas electorales. El conglomerado multicolor de ideas, creencias y formas de pensar que históricamente ha sido diverso, pero nunca como ahora ha sido adverso a sí mismo.

Perdemos la identidad como nación, cuando nos dejamos manipular por los mezquinosintereses de aquellos a los que menos les importa el país y su futuro. Esa es nuestra culpa.

No soy la persona correcta para dar soluciones al problema político que ha abusado de este país por décadas. Sin embargo, la ruptura del tejido social, la unidad e identidad nacional está en riesgo y es muy evidente. ¿Será demasiado tarde? ¿Cuál será el resultado de esta metamorfosis? Tal vez sea momento de que cada uno de nosotros busque la respuesta a estas preguntas y actúe en consecuencia.

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