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Gobiernos van y vienen, sí, como el va y ven, palabras que se han vuelto un lugar común en nuestro vocabulario por los autobuses que circulan en la ciudad. Pero hablar de “gobiernos” es decir nada cuando existen personas con nombre y apellido que dejan un legado cargado de problemas para los habitantes que gobernaron.

Si bien no es novedad la invasión de personas de todo el planeta que se han afincado en la “tierra prometida”, nadie ha reparado en la violencia acústica como daño colateral a su presencia, no sólo por el ruido que genera la sobrepoblación, sino porque a falta de un trabajo les resulta fácil rentar un terreno para improvisar cualquier tipo de negocio a cielo abierto con el permiso de las autoridades en turno.

Es así como en Mérida (y quizá en todo Yucatán) se han “sembrado” seudonegocios que rompen el equilibrio, destruyen la paz y vulneran a los vecinos al enfrentarse con personas cuyos antecedentes desconocemos, pero que de repente están cohabitando entre las viviendas con actividades y horarios que perjudican el sueño y la cotidianidad. Por algo la CIA tiene al ruido constante en su lista de torturas sin huellas, pero devastadoras para la estabilidad emocional.

El ruido blanco no está contemplado en los permisos de uso de suelo, por lo que intentar revertirlo es casi imposible por el tiempo y esfuerzo que requiere la denuncia, cuyo proceso lleva más de dos años para una resolución que dejará en las mismas al ciudadano. El departamento de Denuncia Ciudadana es un filtro para que el negocio eche raíces y los vecinos normalicen las afectaciones; los que rentan se vayan si no les parece y los propietarios se resignen a bajarle a su parámetro de calidad de vida.

El valiente que se arriesgue al tortuguismo de la denuncia y la lleve hasta el final con cientos de llamadas, correos y apersonamientos en las oficinas, por persistencia tendrá el premio de consolación que no es otra cosa que un documento de redacción oscura por la terminología jurídica que utiliza y que nadie será capaz de explicar en Desarrollo Urbano. En pocas palabras, “palo dado ni Dios lo quita”.

Entre las sorpresas que se descubren en el infernal proceso, es que las definiciones de los manuales de operación no se ciñen a lo que aprendimos en las clases de español en la primaria, pues ellos tienen su propio diccionario.

Lavar carros manualmente no es con cubeta y trapo, sino con máquina que echa “espuma activa”, aspiradoras y lavadoras de presión que además necesitan de un hidroneumático que no sólo hace un ruido intenso e intermitente (como la tortura en las cárceles), sino que hace vibrar los cimientos a varios metros a la redonda. Que el grado de impacto -bajo, mediano, alto- es determinado con criterios técnicos alejados de la realidad, ignorando las deficiencias de luz y agua de la zona. Me pregunto, ¿a quién recurrir cuando el mismo que tiene la ley para proteger es quien violenta? 

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