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Por Gínder Peraza Kumán

En el incipiente gobierno del presidente Andrés López el tema de la educación se está convirtiendo, como ya se esperaba, en una cuestión de enfrentamientos, confusión y dudas que no parece augurar nada bueno. Lo primero que hay que puntualizar es que López Obrador no acaba de enviar al Congreso solo una iniciativa para derogar la reforma educativa que impulsó su antecesor Enrique Peña Nieto, sino una propuesta para aplicar una nueva reforma constitucional en la materia.

Estamos seguros de que un alto porcentaje de padres y madres de familia, y un gran número de profesores que sí merecen el grado de maestros, están convencidos no solo de que la educación es la base para generar los ciudadanos que necesita el país, sino también de que es urgente diseñar y aplicar esquemas que permitan que las escuelas logren mejores egresados, de manera que al final tengamos gente de primera calidad en cada una de las actividades socioeconómicas del país.

Hay que decir también que no todo está podrido en Dinamarca y existe en el magisterio elevado número de elementos que sí están de acuerdo en que es necesario mejorar la calidad de la enseñanza, y sí consideran que los procesos de evaluación son muy necesarios para alcanzar esa mejoría. Al mismo tiempo, sin embargo, hay numerosos “profesores” (éstos requieren comillas) que se han acostumbrado a cobrar sin trabajar o trabajar lo menos posible, pero, eso sí, exigiendo cada vez que pueden que les paguen más, les reduzcan las horas de labores y les den más vacaciones y prestaciones. Y ni hablar de los zánganos que exigen, destrozando lo que pueden en la vía pública, no sólo que les den la educación normalista gratis y dinero mientras “estudian”, sino que también los aprueben en automático, los titulen sin exigencia y al final les regalen plazas bien pagadas

Por eso los críticos de la marcha atrás en la reforma educativa subrayaron lo paradójico, por decir lo menos, de la frase que el presidente López Obrador expresó al anunciar que enviaba a la Cámara de Diputados la citada iniciativa: Promesa cumplida a los maestros y maestras, dijo. Bien, pero, ¿cuándo les cumple a los niños y jóvenes de México, y por consiguiente a sus padres y madres?

Porque nadie puede negar –¿o sí?– que la preparación con que egresa un alto porcentaje de estudiantes de los diferentes niveles educativos es baja, muy baja o desastrosa, tanto que hace pensar que con ese tipo de mexicanos nunca podremos dar el salto socioeconómico que anhelamos.

¿Pero sabe usted qué es lo que, en nuestra opinión, es lo peor de la iniciativa de educación que acaba de presentar el gobierno federal? Que, igual que lo hizo su antecesor, Andrés López pretende aplicar una reforma de la cual la gran mayoría de los mexicanos nada sabemos.

El gobierno federal no debe perder de vista que la educación nos importa a todos, no solo a los maestros y maestras, ¿verdad?

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