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Algunos podrán argüir que siempre y cuando se lea, el modo no es importante. Sin embargo, para otros, el cómo se lee es fundamental. Por ejemplo, existen algunas personas que al leer doblan las cubiertas hacia atrás, como si de un periódico o revista se tratase, maltratando el ejemplar en cuestión y dejando marcas sobre el lomo, el cartoné o papel couché de la portada y cuarta de forros. Un hábito lamentable cuando de conservar la integridad de los libros se trata.

Asimismo, a pesar de ese noble invento llamado separador de libros, por lo general hay lectores que no los utilizan para marcar la página donde se ha detenido su lectura. Por el contrario, utilizan cualquier papel u objeto a la mano, ya sea un boleto o ticket de cualquier índole, una servilleta, alguna envoltura plástica, un lápiz o, incluso, un celular o control remoto, ignorando que los objetos voluminosos atrapados entre las páginas contribuyen a la deformación del libro.

Pero los usos y costumbres de los lectores no se limitan únicamente a cómo toman o conservan un libro, tampoco en cómo subrayan o separan determinada página, sino que también tienen que ver con el propio hábito de la lectura y de qué forma se realiza. El sitio, la posición o la hora en que se realiza varían de un lector a otro, según sus propias manías o rutinas bibliofílicas.

Hay desde los que leen sentados en un escritorio hasta los que se apoltronan en un cómodo sofá. Tampoco faltan los que suelen leer en la cama, en la hamaca o hasta en el baño. Los que lo hacen acostados corren el riesgo de caer dormidos y de sumergirse en una vida demasiado apacible y sedentaria. Por el contrario, los que leen sentados, sacrifican la comodidad en aras de emplear todos sus sentidos y concentración en el objeto de su lectura. De estos acumuladores de horas nalga su mayor preocupación es que se les borre la línea, esa raya invisible entre tener o no tener hemorroides por el resto de su vida.

El horario en que se lee conforma una de las principales características de cada lector. Mientras hay unos que leen a todas horas o cuando se puede, otros prefieren la luz matinal y la tranquilidad del amanecer. Unos más, la luz crepuscular de cuando cae la tarde. Aquéllos, la luz artificial de la lectura nocturna justo antes de irse a la cama o, de ser posible, desde ella. Aunque el cansancio impide avanzar demasiadas páginas antes de que sobrevenga el sueño. Eso sí, con la consecuente garantía de tener un plácido descanso abrazando un libro en lugar de un peluche o, peor aún, a su pareja…

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