Pascua de Cristo: Celebración gozosa de la vida

Debemos asumir la fortaleza y entereza que nos trae la Resurrección para ser personas de esperanza y confianza.

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La última semana de la vida de Cristo termina con el último día del calendario cristiano que es el “Domingo de Resurrección”. (corazones.org)
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Domingo de Resurrección

Hech 10,34. 37-43; Col 3,1-4; Jn 20,1-9

Es muy interesante hacer notar que, en el calendario judío, el domingo correspondía al primer día de la semana, y en cambio en el calendario cristiano es el último día de la semana.

La última semana de la vida de Cristo, comenzó con el calendario judío el primer día de la semana, entrada triunfal a Jerusalén o “Domingo de Ramos”, y termina con el último día del calendario cristiano que es el “Domingo de Resurrección”. El marco de la semana santa lo constituyen los dos grandes Domingos: Ramos y Resurrección.

La Pascua definitiva se conoce como el día “Octavo”, que es signo del día eterno y definitivo, que trasciende el tiempo y que nos hace entrar en la dimensión del Espíritu que es la dimensión definitiva de toda persona humana.

Lo inesperado de la Resurrección

Las tres personas que fueron al sepulcro impulsadas por el amor estaban distantes de pensar en la Resurrección. María deseaba honrar el cuerpo de Cristo muerto, así se lo aclara al supuesto jardinero: “Señor, si tu te lo llevaste (el cuerpo) dime donde lo has puesto para que yo vaya a buscarlo”[1].

Lo mismo sucede con Pedro y Juan, impulsados también por el amor, “corren” hacia el sepulcro, y en ésa carrera está toda la energía y vitalidad de su personalidad humana, uno quería caminar sobre las aguas, y el otro fue denominado “hijo del trueno”, pero en ellos prevalece la fortaleza que les da la experiencia de “ser discípulos”.

La devoción del discípulo y la energía humana, se funden en la búsqueda de una ulterior experiencia de Cristo. Para ellos como para María Magdalena ¿qué sería lo que esperaban encontrar en el sepulcro?  De María sólo se dice que vio la piedra removida y los discípulos pensaban encontrar como ella el cuerpo del Maestro muerto.

Es decir, todos fueron allá movidos por el amor, con la devoción del discípulo, pero con un espíritu “viejo”. O sea, todo se acabó de repente, un acontecimiento precipitante y fatal que se interpuso a base de intrigas y que desmoronó y desbarató todo lo que había constituido y sembrado, en una palabra: Fueron al sepulcro esperando encontrarse con un muerto.

El primero que creyó: Juan

Así lo expresa claramente Juan que esperó a Pedro para que, entre primero al sepulcro, al introducirse él “entró, vio y creyó”[2] y agrega el Evangelista: “Pues todavía no habían entendido lo que dice la Escritura, que Él tenía que resucitar”[3].

La fe pascual, procede de la Palabra anunciada y se funda en este caso en una visión que resume y sintetiza todo el acontecimiento de la presencia del Verbo de Dios. Su Palabra; se asimila y comprende por el amor. El amor del discípulo que se reclinó sobre el pecho de Cristo y el de María Magdalena que cuando los demás se fueron ella permanece llorando junto a la tumba vacía que es donde Jesús se hace presente e identifica.

Es muy importante el proceso de la fe bíblica; pues para nosotros decimos que la fe es conocimiento que por la gracia de Dios se transforma en convicción, y que a su vez se proyecta, viviendo en la confianza.

En la Biblia es una experiencia de comunión profunda interior que precede al conocimiento, y de éste conocimiento revelado viene la fe. El Israelita a diario repite el texto bíblico: “¡Escucha Israel!”, bien decía Saint-Exupéry: “Solo conocemos aquello que amamos”[4]. Y no es el Dios de los filósofos, trascendente y abstracto; ni de los pragmáticos que dicen: “conviene que exista” si no el Dios cercano, con el que se dialoga, el que interviene en la historia, el que está involucrado con el pueblo.

Este es el mensaje central de San Juan: de una profunda experiencia de comunión, proviene una realidad revelada que es el acontecimiento central de la salvación: que el Padre vela por las personas y nos ha enviado a su Hijo Jesucristo, ejemplo, modelo y maestro, y nos ha enviado al Espíritu que es quien guía a cada persona y a toda la Iglesia.

Esto obliga a la persona a tomar posición: aceptación, reconocimiento, testimonio, toda una forma de vivir, interpretar y actuar, a la luz del Evangelio de Jesús, guiados por nuestra Madre y Maestra la Iglesia.

Hay un camino excelente para la experiencia de la fe, pues las personas solemos vivir en un cierto escepticismo, pues hay muchas cosas que se relativizan, los puntos referenciales de apoyo se desmoronan, los programas “en vivo” con opiniones opuestas o dispares, no concluyen, no sintetizan, no dejan más que una multiplicidad de opiniones, sin formar criterio; las encuestas y estadísticas se manejan al antojo y se interpretan a la conveniencia, según la empresa, institución o partido que las pide y paga.

Por esto proponemos a nuestros contemporáneos que conozcan a fondo la Biblia, que tengan un encuentro personal con Cristo, ya que la fe sólida es una relación que se emprende cuando acepto a Cristo en mi vida, y no se cambia ni por circunstancias adversas, contradicciones, ni las dificultades que una sociedad permisiva y pragmática quiere imponer a base de las idolatrías actuales: dinero, éxito, placer y sexo.

La persona en este inicio del siglo XXI debe comprender que más allá de un Dios del racionalismo, o como decía Víctor Hugo: “Lo evidente invisible”; hay que establecer una relación interpersonal con Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Y que debe ser de convicción que comporta: cabeza y corazón, razón y emoción.

Por ello se debe comprometer e involucrar toda la persona con lo que es, sabe, tiene y hace. Este es el camino de la Verdad y la Vida, dentro del cual la experiencia de interioridad que genera, hace que el don de la Fe, crezca y se fortalezca.

Correr al encuentro de Cristo

Es uno de los acontecimientos más significativos del día de la Resurrección. Corren los dos apóstoles Pedro y Juan para encontrarse con Él. Corrieron juntos y el más joven que llega primero, espera a Pedro, que por su edad y autoridad le merece deferencia y respeto. Entre estos dos apóstoles hay una interrelación fraterna que respetando su personalidad y carisma, busca vivir en la comunidad apostólica, el amor al Maestro que engendra en ellos y entre ellos la comunión.

Las cualidades y capacidades de cada uno se deben ofrecer por medio de nuestro servicio, como un don a la comunidad que las articula en la comunión y solidaridad. De hecho, así se nos presentan, Pedro como un apóstol que tiene un encargo pastoral de velar por la fe y la comunión apostólica, y Juan como el apóstol delicado y reflexivo, con una particular experiencia del amor a Cristo de dimensión mística.

De hecho, San Juan nos revela en sus escritos, una grande capacidad de lectura de la historia del ser humano a la luz del misterio de Cristo y nos ofrece la formulación de grandes conceptos como la luz, el mundo, las tinieblas, la verdad, la mentira, el amor y el odio. Por eso se dice que debemos todos desarrollar nuestra capacidad de amor: “dilata tu corazón”, nuestra capacidad de profundizar el misterio de Cristo, nuestra capacidad de oración y contemplación, como insiste el Papa Juan Pablo II.

La mística debe preceder la acción y el compromiso, y éste ser enriquecido permanentemente con la oración. Para ver más allá del acontecimiento de cada día que existe una voluntad divina de amor y misericordia que guía el acontecer humano. Como estos apóstoles, debemos aprender a correr hacia Cristo y saber descubrir en cada acontecimiento la huella, la pincelada, el cincel del Señor y autor de todas las cosas. De tal manera que el creer del hoy, nos conduzca al ver del mañana, para creer más y mejor y así prepararnos al encuentro que ya sin velos tendremos cuando lo veamos a Él “cara a cara”.

Conclusiones

  • 1. La Pascua nos lleva a comprender mejor el nuevo sentido de la historia humana. No termina en la muerte.
  • 2. Debemos asumir la fortaleza y entereza que nos trae la Resurrección. Para ser personas de esperanza y confianza.
  • 3. La Resurrección es una invitación de Cristo: dilata tu corazón, amplia tus horizontes, asume el compromiso del amor; como las mujeres que fueron al sepulcro, como Pedro y Juan que corren hacia allá, como los discípulos de Emaús que vuelven a compartir el encuentro con Él.
  • 4. Debemos aprender a reconocer a Jesús, no tan solo en la fracción del pan, sino, en el que camina a nuestro lado, que vive con nosotros, que comparte vida y experiencias.
  • 5. Cristo es triunfo, es victoria, es realización. Que pasa siempre por la cruz, porque la plenitud del amor a Dios y al prójimo solo la vive en plenitud Jesús y el que se crucifica con Jesús.
  • 6. San Ireneo, dice: “La gloria de Dios es la persona viviente”, que quiere decir una persona llena de alegría, esperanza con vitalidad y proyectos, positiva y participativa. Él dio su vida, para que encontremos el significado a la nuestra y sepamos festejar en Él, con Él y como Él la celebración de la Vida, que es la Pascua de Resurrección. Amén.

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