Inesperada riqueza motiva guerra entre Yucatán y Campeche

Los miles de pesos que se pagan por el kilo del producto motiva inédita lucha entre pescadores, piratas y contrabandistas.

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Yucatán y Campeche han salido casi indemnes a la guerra del narco, pero no han escapado a la lucha por el tráfico de pepino de mar. (SIPSE)
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Víctor Hugo Michel/Milenio
ISLA ARENA, Campeche.- Las aguas de Campeche y Yucatán están calientes: el límite marítimo entre ambos estados vive hoy una extraña guerra entre pescadores, piratas y contrabandistas que ha obligado a la Marina a desplegar parte de su flota en el Caribe en labores de cacería de piratas y hasta mantenimiento de la paz. Todo, por la posesión de una especie que no parece mucho, pero que a 10 mil pesos el kilo ya vale el doble que la mariguana en el mercado negro y tiene a muchos pescadores enfebrecidos: el pepino de mar.

Como si fuera una zona internacional en disputa, varias embarcaciones y aeronaves militares han sido desplegadas en la frontera entre ambos estados para tender una especie de cordón sanitario que separe a campechanos de yucatecos, protagonistas de al menos media docena de batallas navales en los últimos tres años.

“Si no estuviéramos aquí, se matarían”, admitió un oficial de la Novena Zona Naval, destacamentado en Celestún, Yucatán, territorio que junto con Isla Arena, en Campeche, es el epicentro de inéditas tensiones regionales. Junto con helicópteros MI-17, tres lanchas interceptoras y un barco Polaris, los marinos ahora patrullan estas aguas de forma constante, en el papel de apaga pleitos.

Campeche y Yucatán podrán ser dos de los estados más tranquilos del país, pero la fiebre desatada por la pesca de pepino de mar —una especie en sumo lucrativa— tiene a ambos en medio de la peor crisis de seguridad que hayan vivido. De lo anecdótico, cuando el tema irrumpió por primera vez en el debate público en MILENIO, la captura pepinera ya escaló hasta convertirse en el ilícito número uno de ambas entidades, un factor de desestabilización social.

Las estadísticas del Secretariado Nacional de Seguridad Pública, la Marina y la PGR apuntan a que la piratería de pepino es ya la principal industria ilícita en Yucatán y Campeche, una que genera más detenciones que el narcotráfico, el secuestro y la extorsión juntos. Al mismo tiempo, su depredación ha impactado en la reproducción y pesca de otras especies de las que dependen miles de pescadores, como el pulpo maya.

Es un caldo de cultivo propicio para un escenario temido por las autoridades: el surgimiento de autodefensas. Grupos de pescadores han comenzado a tomar la seguridad del litoral en sus propias manos.

“Las mafias de Celestún están lucrando con la piratería en nuestras aguas”, dice Felipe Narváez, pescador de Isla Arena, en la frontera entre Campeche y Yucatán y líder de un grupo que se define a sí mismo como “autodefensas de patrullaje”, las primeras de su tipo en la región.

El pepino de mar, riqueza inesperada

Sentado en el puerto de su pueblo, Narváez introduce la mano en un costal y extrae un puño de pepino, con toda probabilidad una de las la riquezas más inesperadas que hay sobre la faz del planeta.

“Nos vamos a terminar matando a balazos por esta cosa”, lamenta. En la mano derecha sostiene tres ejemplares grandes, que bien vendidos en el mercado negro de Asia servirían para comprarle una televisión de plasma, quizá hasta una motocicleta.

Su captura ilegal no solo ha confrontado a comunidades por todo el litoral y puesto a los gobiernos estatales y federal en estado de alerta, sino que está reviviendo un fenómeno que parecía confinado al pasado —la piratería— y orillado a pescadores a organizarse para evitar la depredación.

“Todas las semanas tenemos que salir a defender nuestro territorio de los piratas”, dice Narváez.

Si Yucatán y Campeche escaparon casi indemnes a la guerra del narco, no han podido eludir las tensiones, criminalidad y daño colateral que ha detonado el tráfico de pepino, alimentado por el apetito de millones de chinos con mucho dinero. Es un hambre que ha pegado en todos los estratos, desde los índices de seguridad, hasta el medio ambiente y que ya escaló hasta el Congreso.

“Esto nos está generando un problema muy grave. Un reflejo que vemos en estas comunidades es desintegración social y problemas entre estados, municipios y comunidades que hoy han comenzado a hacerse justicia con la propia mano”, admitió la senadora Angélica Araujo (PRI-Yucatán), cuya bancada está en los pasos finales para presentar ante el pleno, en octubre, una iniciativa de ley para castigar con penas más duras el tráfico de pepino de mar.

La iniciativa, que reforma el Código Penal Federal, haría de la pesca pirata del pepino un delito más grave que la portación ilegal de armas. Se castigaría con tres a  nueve años de prisión y multas de hasta 10 mil pesos. “Por el bien de los habitantes de la zona tenemos que detener esto”, dijo.

Si esta industria ilícita podrá detenerse, está por verse, todo hace pensar que no será sencillo. En especial ante el tamaño de los incentivos que hay para continuar con la pesca clandestina. Lo que es ineludible es el peso de las fuerzas económicas que han desatado los paladares chinos sobre la Península: a 10 mil pesos el kilo y cien el gramo en China (precio de lista en Alibaba.com), el pepino de mar cuesta el doble que un kilo de mariguana, estimado por la Procuraduría General de la República en 5 mil pesos. Un gramo de este equinodermo vale más que una pastilla de metanfetamina y poco menos que la cocaína, estimada a precio calle de 150 pesos.

Con esa demanda, ¿cómo no surgirán quienes estén dispuestos a sacar provecho?

Vuelven los piratas a Yucatán

Una frontera marítima que tiene que ser vigilada por infantes de Marina, buques de guerra y helicópteros, porque en sus aguas se desatan batallas. Hombres rana que depredan con explosivos y arpones bajo el cobijo de la noche. Flotillas ardiendo en altamar o barrenadas en la playa. Y encima, comandos armados que actúan como piratas modernos. En Yucatán y Campeche, son tema de todos los días.

“Que no quede duda. Estamos en una guerra con los yucatecos, porque vienen sus buzos, se llevan el pulpo y el pepino que nos pertenece. O abordan como piratas nuestras lanchas y nos quitan nuestro producto”, dice Narváez.

Quizá sea todavía exagerado advertir de que las cosas llegarán a balazos, pero la descripción de piratería encaja. Son numerosas las quejas de pescadores campechanos de haber sido abordados en altamar por embarcaciones irregulares. La exigencia: entregar la pesca del día o no oponerse a la captura ilegal de pepino y pulpo.

“Es una fiebre”, dice Jorge Abraham Bolas, comisario municipal de Isla Arena. “Los piratas de Yucatán están depredando nuestros recursos y por eso estamos teniendo una pésima temporada de pesca”.

De forma poco habitual para Yucatán y Campeche, en las últimas semanas se han acumulado incidentes violentos detonados por la pesca clandestina y la pelea por los recursos naturales de la región: embarcaciones quemadas con bombas molotov en el poblado yucateco de San Felipe (MILENIO, 23/06/2014, reportaje de Juan Pablo Becerra Acosta), inspectores de Conapesca agredidos a arponazos en agosto en Champotón y pescadores que amenazaron con quemar la sede de la Sagarpa en Campeche a finales del mismo mes para exigir el fin de la piratería desde Yucatán.

A eso se suman laboratorios clandestinos para el procesamiento de pepino de mar, descubiertos y reventados por las “autodefensas ambientalistas” campechanas en septiembre y, como colofón, una de las peores temporadas de pesca de pulpo maya de las que se tenga recuerdo.

Son los incidentes más recientes, pero no los únicos. De episodios menores como trabarse a golpes y mentadas de madre se ha pasado a delitos serios, desde secuestro de marinos, robo de lanchas, sabotaje de motores fuera de borda hasta intentos de asesinato. El año pasado, un comando de encapuchados entró por la fuerza a la dársena de Isla Arena para llevarse varias lanchas. Algunas aparecieron después unos kilómetros al norte. En Yucatán.

Y luego, están las batallas marítimas entre lanchas de ambos bandos. Con particular celo, los pescadores de Celestún, en Yucatán, e Isla Arena, en Campeche, han protagonizado más de un choque violento en altamar para garantizar la protección de su territorio ante “incursiones foráneas”.

Ya ha habido fallecidos, como en 2012, cuando un barco yucateco arremetió contra uno campechano solo porque había cruzado “el límite fronterizo” hacia aguas en las que se podía pescar pepino. Ese mismo año hubo tres enfrentamientos entre flotillas de pescadores en el Golfo.

Si bien pareciera pintoresca, la enemistad entre pescadores ha escalado hasta convertir la zona en algo extraño y que no se repite en ninguna otra parte de México: el de estas aguas es ya un límite marítimo tenso, disputado, como si la línea del paralelo 20, en donde se separan las aguas de Campeche y Yucatán, marcara la división entre dos naciones y no dos estados del mismo país.

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