Reconstruyen iglesia en Mérida por una señal divina

La Virgen de la Asunción, venerada en San Sebastián, le pidió a acaudalado caballero ayuda para su 'humilde casa'.

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La historia ocurrió hace más de 250 años en San Sebastián y aún se recuerda. (Jorge Moreno/SIPSE)
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Jorge Moreno/SIPSE
MÉRIDA, Yuc.- En estos días se realizan las fiestas patronales del barrio de San Sebastián en la capital del estado, por tal motivo les presento una leyenda que fue de las más populares a finales de la Mérida colonial; para ello nos remontamos al año de 1754, precisamente a ese histórico sitio que desde ese entonces era conocido como San Sebastián.

En ese entonces, la ciudad estaba habitada por españoles, indios y mestizos, entre otras castas sociales; su estructura se veía rodeada de viejas casonas coloniales y casas de paja y zacate, residencia de los indígenas, iglesias, la Catedral, la plaza principal y los barrios como San Cristóbal, Mejorada, San Sebastián, San Juan, Santiago y Santa Isabel, los cuales ahora son parte del centro, pero en ese entnces era pequeñas aldeas, que para llegar a ellas se recorría un buen tramo en despoblado.

Cerca de la plaza se encontraba la casa de un descendiente de español, don Juan Esteban Quijano, se ubicaba detrás de la Catedral, y a pesar de su gran riqueza y posición social, era modesto y caritativo, poseía virtudes consecuentes con su profunda religiosidad, tenía el renombre de caritativo y hasta de santo.

Cierto jueves de la primera semana del mes de abril, mientras don Juan Esteban se encontraba en el interior de su casa, un criado le llamó diciéndole que una señora pobre solicitaba una ayuda.

Al presentarse ante la solicitante, pudo notar que no se trataba de cualquier señora o moza alguna, pues era, a pesar su humilde vestir, de una hermosura celestial. Ante ella, luego de los saludos de cortesía, preguntó el motivo de su visita.

Ella contestó que, sabiendo que era un hombre de caridad, se animó a pedirle lo siguiente: la reconstrucción de su pobre choza, agregando que su techo no la cubría del sol, ni de la lluvia y ni de los animales, además de que los vecinos eran gente igualmente pobre, aunque la favorecen en lo que ellos pueden.

El señor Quijano preguntó dónde se encontraba su casa; ella respondió que en el barrio de San Sebastián. Él, por su parte, le dijo que acostumbraba ir todos los sábados a rezar en la iglesia en honor a la Virgen María, por lo que el pidió una referencia para poder identificar su casa.

El sol por señal

La dama respondió que la señalaría un “rayo de sol”, aclarando que ella misma iría a buscarle cuando sus rezos concluyeran, despidiéndole, el caballero le dio un peso de caridad, lo que en ese entonces no era poca cosa.

Al quedarse solo en su casa una inquietud lo asaltó. ¿Quién era esta hermosa mujer, que pareciera española, y si fuera española a qué circunstancia se vio en esta situación tan pobre?  Además de hermosa, había en ella un destello de divinidad. No podía dejar de pensar en ella sin que sintiera una devota admiración que lo intrigaba. 

Llegó el sábado y a eso de las cinco y media de la tarde tomo su sombrero y gruesa caña de la India y se encaminó al barrio de San Sebastián. Al llegar a la plaza escuchó que las campanas de la iglesia de San Sebastián repicaban alegremente el Salve de Nuestra Señora, que desde tiempo inmemorial se venera través de una imagen de la Virgen María.

Fijó su mirada en las casas humildes que rodeaban la placita de este barrio con el fin de tratar de localizar la casa de esa misteriosa peregrina, sin lograr su objetivo y, escuchando el repique final de las campanas, decidió entrar a la iglesia a rezar.

En eso estaba cuando entró el sacerdote acompañado de un acólito e incensario, y dio comienzo el salve; en eso, el señor respondió junto con el pueblo, según la costumbre en castellano: ¡Dios te salve Reina y Madre de Misericordia! 

Brillante señal

En eso fijó su mirada, por fuerza del fervor, sobre la imagen de la Virgen que ocupaba el nicho central, al tiempo que se filtraba entre el derrumbado techo un rayo de sol que caía sobre la cabeza de la imagen de la Virgen María en su advocación de la Asunción…

Como por inspiración divina reconoció a la humilde peregrina que había ido hasta su casa, en busca del reparo de su humilde domicilio. Ante tal asombro se postró de rodillas extasiado y admirando lo que había ocurrido, no sin asombro y aún sin entender.

Cuando volvió en sí, se levantó y se dirigió hasta el altar a besar la orla del vestido humilde que portaba la imagen de la Virgen de la Asunción, y otra sorpresa más ¡Allí se encontraba pendiente de su vestido la moneda que él había obsequiado a la humilde mendiga!

Don Juan Esteban Quijano mandó a reconstruir toda la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción y propagó su devoción, regalando estampas con su imagen que tenían la inscripción de Nuestra Señora de San Sebastián. 

En 1810 se publicó una novena con el título de “Novena de Nuestra Señora de San Sebastián”; dicha novena y estampa todavía se conservan en los archivos históricos.

Esta interesante historia nos la proporcionó nuestro amigo y colaborador de la revista “Misterios”, José Iván Borges Castillo, especialista en temas religiosos.

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