'Sabio es el que decide vivir según el Evangelio'

Todo lo material que tenemos, incluso lo que ganamos por nuestro propio trabajo, lo es por Dios, porque él nos creó: pongamos esos bienes en manos de quien los necesita.

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El libro del Eclesiastés está escrito por un creyente que propone problemas ante los que la fe encuentra pistas pero que no resuelve del todo. (reflexionesdefe.com)
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MÉRIDA, Yuc.- XVIII Domingo Ordinario
Eclesiastés 1, 2; 2, 21-23; Sal 89; Col. 3, 1-5. 9-11; S Lc 12, 13-21

¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Qué valor tiene el esfuerzo, el sufrimiento, el compromiso a favor del bien, el servicio, la gratuidad, la generosidad?

Vemos cómo, aún contando con la venida de Cristo, estas grandes interrogantes no pueden eludirse, y que las grandes preguntas existenciales de todo ser humano, a veces se tornan dramáticas. La fe le da significado a toda la vida pero no elimina lo complejo y difícil de la existencia.

Sin el don de la fe, sin la luz de la Palabra, sin la fortaleza de Cristo, sin la capacidad de “ver y comprender” que viene del Espíritu; podemos pensar en lo dramático de la existencia, que sin la fe puede pasar a tragedia.

Las lecturas de hoy son aliento y ayuda para nuestra poca fe. Escuchémoslas con un corazón orante, diciéndole a Jesús como aquel papá del que nos habla el Evangelio: “Señor, ayuda mi poca fe”

I.- Más allá de la vanidad de lo creado

El libro del Eclesiastés está escrito por un creyente muy sincero que propone problemas ante los que la fe encuentra pistas pero que no resuelve del todo. El autor desconocido busca el sentido de la vida y de tantos acontecimientos; procura comprender como Dios guía la historia de cada uno.

Dios existe y cada día le agradecemos la existencia; la vida, alegrías, pan, compañía, el amor, la sabiduría, el trabajo, etc., pero sin embargo sabe que hay tantas cosas en la vida que no van como esperábamos y sobretodo existe la muerte que concluye y termina toda historia de vida. 

El autor concluye diciendo que no se comprende nada y que no le encuentra significado a todo ello, ¿cómo conciliarlo con la Providencia de Dios? ¿Por qué deben de suceder estas cosas?... todo parece vano, inútil, sin significado, todo es vanidad y añade: "La única cosa que debemos continuar a creer, es que Dios le da a nuestra existencia un significado, aunque nosotros no lo encontremos. Vivamos por tanto día a día con los dones que Dios nos confía, administrándolos con sabiduría y bondad”.

Esta conclusión es una solución sabia y serena con un significado sensato y de fe.

II.- Administradores generosos

La página del Evangelio de San Lucas nos muestra que algunos eligen diversas soluciones a los problemas de la vida, lejanas del buen sentido del Eclesiástico y más aún de la fe. Estos están representados en el rico de la parábola, cuya filosofía podría sintetizarse así: “Lo que cuenta es tener cada vez más, y solo para mí”.

Para Jesús este pensamiento es propio de un tonto, ya que se olvida que dejará todo lo que ha acumulado, y que ello podría suceder eventualmente esta noche, y qué presentaría delante de Dios extremadamente pobre, sin buenas obras y sin ningún amigo, intercesor o defensor.

Hubiese sido mucho mejor no esperar a que se abra el testamento para la distribución de los propios bienes, sino ponerlos ya desde antes a disposición de los que lo merecen.

Por lo demás los bienes que poseemos aún aquellos que adquirimos con nuestro trabajo honesto son siempre debidos a Dios que nos ha creado, que nos dio el don de la vida, de la inteligencia, la energía y la materia de los frutos de la tierra para que podamos transformarla; poniéndolo todo al servicio de los demás.

No para que nos encerremos en nuestro egoísmo, sino que sepamos ser sabios y generosos administradores de sus dones, primero hacia la propia familia, pues no falta quien o por su avaricia o por satisfacer sus egoísmos descuide sus deberes fundamentales al respecto; o hacia los cercanos, o los que tienen necesidades y carencias, ya que no dejan de ser dolorosos los contrastes de lujos refinados, absurdos, acumulaciones desorbitadas, que son insensibles “sordos y mudos” hacia las necesidades del prójimo.

Es muy doloroso pensar que en nuestra patria un 20 por ciento disfruta del 80 por ciento de los beneficios económicos que produce México.

III.- Una esperanza que renueva el presente

Para Jesús es una forma “necia” de prospectar así la vida y mucho más de buscarle sentido, pues además la muerte no es la última palabra, sino la puerta a la verdadera vida. Y lo sabemos por su Resurrección, que debe iluminar y orientar nuestra actual existencia.

Es la visión de fe y esperanza del cristiano, que encontramos en la lectura del apóstol Pablo. El apóstol sabe que la vida presente está llena de miserias, dolor, de muerte y con frecuencia de pecados. No obstante ello, afirma con fuerza que la unión con Cristo por la fe nos hace participantes de su muerte y resurrección: porque los que vivimos en la fe, ya hemos “resucitado con Cristo”, vivimos una vida de sacrificios pero con grande esperanza pues es una vida renovada, invitados a la verdadera vida en Jesucristo. De esta perspectiva se deduce toda la orientación de la propia conducta.

Precisamente por la esperanza que poseemos debemos de buscar las “cosas de arriba” y no “las de la tierra”, ya que de otra manera nuestra esperanza será vacía, no sería un signo de la fe auténtica, ni tampoco de haber iniciado ya en Cristo la experiencia de una nueva vida. 

“Buscar las cosas de arriba y no las de la tierra” no debe interpretarse en un sentido reductivo, como que el cristiano deba desentenderse de las exigencias, compromisos y deberes de su vocación, profesión, estado de vida y misión.

El cristiano está llamado a luchar contra la “fornicación, impureza, pasiones, malos deseos, avaricia”... contra la mentira, las trampas, el aprovecharse de las personas, de andar dividiendo y contraponiendo a las personas como amigos y enemigos, complacer a los que me caen bien y excluir, crear dificultades o eliminar a los que me caen mal. Todo esto es lo “terreno” a lo que se refiere San Pablo, porque existe en la tierra y no en la patria definitiva.

La esperanza cristiana no nos aleja, ni aliena de nuestros deberes de la existencia cotidiana en la que estamos inmersos, y desde la que con esperanza confiamos obtener nuestro futuro de gloria, en la definitiva unión con Cristo nuestro Señor.

Debemos alejarnos de lo que nos aliena y separa de Cristo y que nos encierra aquí en la tierra, es decir, que nos hace caer en la telaraña del pecado, egoísmo, avaricia, caprichos, lujos, vanidades, que son el mundo interior e intencional de la parábola del rico que hemos escuchado.

IV.- Conclusiones

1. Este domingo es una invitación a forjarse una auténtica escala de valores a la luz del Evangelio. No podemos negar la importancia de la economía en toda vida humana; pero ésta debe de estar al servicio de la persona según el criterio de la justicia y la equidad. Debemos luchar contra nuestro egoísmo y hacia allá debe orientarse la meta de nuestra vida de comunidad. (Como lo muestran Hech 2,42)

2. Esto nos lleva también a pensar en la relatividad de las cosas presentes, su caducidad, sus límites. Sólo Dios es todo, es absoluto, lo demás es relativo. Debemos ser humildes delante del orgullo de la técnica, y de los apegos desordenados a cosas, propiedades, dinero, acciones económicas.

Las personas no pueden satisfacerse con paraísos terrestres, no tenemos ciudad permanente, somos pueblo peregrino y por lo mismo, desprendidos, despegados, disponibles para hacer la voluntad de Dios, sin esos apegos desordenados que dividen, oponen y corrompen incluso, las relaciones entre amigos, socios, familiares y hermanos.

3. La Iglesia debe ser signo de libertad y esperanza, usarlo todo con moderación sin apego que vaya a esclavizarla a la idolatría del dinero. Libre para amar, para servir, para ayudar, sin ideologías, sin compromisos o dependencias; solo al servicio de la persona a la luz del Evangelio.

4. No hay que confundir los medios con el fin. La avaricia es una idolatría. No pensar que: soy o valgo más, porque tengo más. Por ello san Ignacio aconseja: “Toma las decisiones de las que no te arrepientas a la hora de estar en el lecho de tu muerte”.

5. El examen final de la vida no es de la cantidad de tus posesiones, sino de tu calidad humana. (Cfr. 1Cor 3,11) Dios debe ser nuestro tesoro, porque “donde está tu tesoro, ahí está tu corazón” (Mt 6,21).

6. El tener, poseer, acumular, alimenta el egoísmo y el orgullo. 

El aprender a dar, compartir, ayudar, es una educación del corazón, que hay que llevar a cabo desde niños y debe continuar toda la vida. De la gratitud a Dios, vamos a la gratuidad en el dar y darse a los demás.
Así del calificativo de “necio y tonto” escucharemos que el Señor nos diga: “¡dichoso, bienaventurado!”.
Amén.

Mérida, Yuc., 4 de agosto de 2013.


† Emilio Carlos Berlie Belaunzarán
Arzobispo de Yucatán

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