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Vivimos en una sociedad de consumo y para que esta civilización global se siga desarrollando en la manera como lo ha hecho es imperante que las personas sigan consumiendo y para que esto se pueda dar es necesario que la producción se encuentre en permanente aumento; las empresas mundiales y locales se afanan en poder hacer eficientes y eficaces sus procesos, el objetivo es cada vez producir lo más posible y para ello se han elaborado las más variopintas y creativas estrategias, a través de eso que en el lenguaje empresarial se ha dado en llamar cultura organizacional.

Es tal el caso que en estos días sacude hasta sus cimientos a la sociedad francesa: la empresa de telecomunicaciones France Telecom fue privatizada y cambió su nombre a Orange. Para hacer más eficientes sus operaciones, decidió eliminar 22,000 de sus 100,000 puestos de trabajo, pero estas salidas debían ser voluntarias sin pagos por el retiro.

La compañía y siete de sus altos ejecutivos han sido llevados a tribunales por acoso laboral a 39 empleados; entre los años 2004 y 2011, se suicidaron 19 trabajadores, otros 12 intentaron lo mismo y los sindicatos hablan de un número mayor, afirmando que hasta 35 empleados se han quitado la vida por las presiones de la empresa.

Sobrecargas de trabajo, actividades sin sentido, disminución de sueldos y malas condiciones de trabajo se convirtieron en el pan diario de miles de empleados. En muchas cartas de suicidas se menciona como motivo principal la vida que la empresa le daba a sus empleados; más de uno eligió como lugar para suicidarse su propio centro de trabajo. Uno de los principales impulsores de la política de reducción de empleados llegó a asegurar: “Conseguiré estas salidas de una forma u otra, por la ventana o por la puerta”, y parece ser que muchas de ellas han sido por la ventana.

¿A qué clase de podredumbre moral y ética han llegado las grandes corporaciones, cuando ya, sin ningún recato, están dispuestas a ofrecer la sangre de sus trabajadores para seguir hinchándose los bolsillos de oro? Un ser humano vuelto un engranaje más del sistema.

Las entrañas nauseabundas y putrefactas de un sistema que maquina, a través del sufrimiento, el dolor, la sangre, la orfandad y la viudez, la vomitiva riqueza que sus accionistas impúdicamente devoran, utilizando a los seres humanos como un simple instrumento, olvidando lo que Kant aseguraba: que el ser humano es un fin y no un medio, que la sociedad, las empresas e instituciones existen “para” el ser humano y no al revés.

Triste mundo éste, donde el suicidio, la desintegración de una vida y familia son poco precio para adorar al becerro de oro; triste mundo donde, con tal de ganar dinero, no importa que los empleados salgan despedidos por la ventana.

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