'Sencillez y Confianza: Actitudes del verdadero discípulo de Jesús'

la Palabra de Dios nos invita a actitudes muy sencillas pero profundas.

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los fariseos eran considerados, por ellos mismos y por la mayoría del pueblo, como creyentes fieles y cumplidores. (sobrecuriosidades.com)
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MÉRIDA, Yuc.- XXX DOMINGO ORDINARIO
Ecle 35,15-17.20-22; Sal 33; 2 Tim 4,6-8.16-18; Lc 18, 9-14

Este domingo XXX del Tiempo Ordinario, la Palabra de Dios nos invita a actitudes muy sencillas pero profundas, con mensajes que interpelan nuestra vida de cada día.

1.- Ecle 35,15-17.20-22

La lectura del libro del Sirácide corresponde a una breve sección que evoca el estilo y las enseñanzas de los grandes profetas bíblicos. Como ellos, el Sirácide recuerda con fuerza que la vida de los creyentes debe ser coherente, y que la liturgia se vuelve vacía si no va unida a unas actitudes adecuadas a la voluntad de Dios.

Podrá darse en nosotros lo que dice esta Lectura del Antiguo Testamento: “Quien sirve a Dios con todo su corazón es oído ... La oración del humilde atraviesa las nubes”. Es decir quien se reconoce servidor de Dios, dependiente de Dios y no dueño de sí mismo, quien sabe que Dios es su Dueño, ése es oído.

Así, el autor del libro del Sirácide nos  advierte de que no nos dejemos engañar por un cierto ritualismo litúrgico; como si el ofrecer a Dios sacrificios más ricos, que a lo mejor son fruto de la injusticia y la opresión, haga al ser humano más aceptable delante de Él.

Al contrario, Dios se inclina preferentemente hacia la oración del pobre, de la viuda, del oprimido, de todo aquel que su oración es hecha con sinceridad y sencillez, sin importar su condición económica, política o social.

Presentémonos ante el Señor, movidos por nuestra fe que nos une a Él; y su Espíritu que vive en nosotros hará que no sólo le llamemos Padre a Dios, sino que lo experimentaremos  por Padre en verdad.
Nuestro ser de hijos de Dios nos ha de llevar a reflejar, en el rostro descubierto de la Iglesia, el Rostro amoroso del Señor, que hoy continúa por medio nuestro, escuchando y dando una respuesta clara a las súplicas de los oprimidos, a los gritos del huérfano, a las quejas insistentes de la viuda.

1.- Salmo 33

El Salmo 33 nos habla de la cercanía del Señor con nosotros. Nosotros hemos depositado nuestra confianza en el Señor. 
Por eso Él es nuestro auxilio y nuestro amparo. Sin embargo más allá de nuestra confianza en Él está nuestra fidelidad a su Palabra, y nuestra docilidad a su Espíritu, lo cual nos lleva a manifestar, con la vida, que en verdad hemos sido justificados por Él, y que su gracia no ha caído en nosotros como en saco roto.

II.- 2 Tim 4,6-8. 16-18

En la segunda Carta de San Pablo a Timoteo que hemos escuchado, el apóstol Pablo hace sus últimas reflexiones ante la proximidad de la muerte (aunque es muy probable que la Carta haya sido redactada después de su muerte por algún discípulo o continuador).

Estas reflexiones acerca de la muerte hacen que san Pablo exprese su convicción serena de ser acogido definitivamente por el Señor en la vida eterna, junto con todos los que tienen puesta en Él su esperanza. En algunos fragmentos de la Carta se recogen instrucciones que Pablo deja a Timoteo para su dedicación pastoral.

Dios quiere que estemos sentados eternamente a su derecha, disfrutando de la misma gloria que le corresponde, como herencia, a su Hijo unigénito.

No tengamos miedo a los que matan el cuerpo. Dios quiere que, confiados en Él, sepamos que nos quiere llevar salvos a su Reino celestial. Por eso no vivamos bajo el signo de la cobardía, sino convirtiendo toda nuestra vida en una continua glorificación de su Santo Nombre, aun cuando para ello tengamos que pasar por la muerte, pues sólo así algún día será nuestra la Gloria del mismo Dios.

III.- Lc 18, 9-14

La parábola del fariseo y el publicano se encuentra sólo en el evangelio de San Lucas. El contexto es que los fariseos eran considerados, por ellos mismos y por la mayoría del pueblo, como creyentes fieles y cumplidores; los publicanos, a causa de su oficio, eran tenidos por pecadores y alejados de Dios.

La parábola pone de manifiesto dos actitudes ante la oración y, en realidad, dos actitudes ante Dios, que son radicalmente contrapuestas:

  • La del fariseo no es una oración verdadera, porque consiste tan sólo en una presentación de los propios méritos, que no muestra ninguna necesidad de Dios ni ninguna confianza en él. Todo lo que dice el fariseo es verdad, pero su actitud es prepotente y orgullosa. Formalmente su oración es de acción de gracias, pero la actitud no lo es.
  • El publicano, en cambio, reconoce su auténtica realidad de pecador y todo lo espera de Dios. Él hace una verdadera oración de petición, porque es consciente de que no puede hacer nada más que esperarlo todo de Dios.

La exigencia de humildad en la oración no sólo se refiere a reconocernos pecadores ante Dios, sino también a reconocer nuestra realidad ante Dios.

Y nuestra realidad es que nada somos ante Dios, que nada tenemos que Él no nos haya dado, que nada podemos sin que Dios lo haga en nosotros.
 Nuestra oración debiera más bien ser como la de San Agustín: “Concédeme, Señor, conocer quien soy yo y Quién eres Tú”. Pedir esa gracia de ver nuestra realidad, es desear “andar en verdad”.

Podremos darnos cuenta de que nuestra oración no puede ser un pliego de peticiones con los planes que nosotros nos hemos hecho solicitando a Dios su colaboración para con esos planes y deseos.

Podremos darnos cuenta de que nuestra oración debe ser humilde, “veraz”, reconociéndonos dependientes de Dios, deseando cumplir sus planes y no los nuestros, buscando satisfacer sus deseos y no los nuestros.

IV.- Conclusiones

  1. Reconociéndonos dependientes de Dios, nuestra oración será una oración humilde y, por ser humilde, será también veraz.
  2. Reflexionemos a la luz de estas lecturas ¿Nos reconocemos lo que somos ante Dios: creaturas dependientes de su Creador? ¿Somos capaces de ver nuestros pecados y de presentarnos ante Dios como somos: pecadores? ¿Es nuestra oración humilde, veraz? ¿Oramos con humildad, entrega y confianza en Dios? ¿Reconocemos que nada somos ante El?
  3. El Señor nos quiere unidos como hermanos. Tenemos el compromiso de detenernos ante nuestro hermano azotado por la angustia, por la tristeza, por la pobreza; o dominado por la maldad. Debemos reconocer su dignidad, y ser conscientes que, al igual que nosotros, muchas veces su vida se ha deteriorado por el pecado.
  4. Como Iglesia del Señor, en comunión con el Santo Padre  Francisco, seamos fieles a la Misión que Dios nos ha confiado de buscar y salvar todo lo que se había perdido, pues la Misión que Cristo recibió del Padre, es la misma Misión que el Señor confió a su Iglesia.

Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la Gracia de trabajar constantemente por su Reino, acercándonos a todos los que sufren el flagelo del pecado, hasta lograr que resplandezca, con toda dignidad, el Rostro del Señor en su Iglesia, convertida así en signo de salvación para el mundo entero. Amén.

Mérida, Yuc., domingo 27 de octubre de 2013.

† Emilio Carlos Berlie Belaunzarán
 Arzobispo de Yucatán

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