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Los libros, esos nobles objetos que habitan algunas casas, por sus características particulares tienen una relación personal, intelectual y emocional con sus dueños, motivo por el cual, a diferencia de otros objetos cotidianos como platos, vasos, sillas o mesas, aquéllos a menudo requieren una marca que acredite la propiedad de los mismos. Además, los lectores, al igual que los amantes apasionados, sienten celos y la necesidad de ser posesivos con el objeto de su afecto. Para indicar esta posesión surgen los ex libris…

De origen latino, la locución exlibris o ex libris significa “de entre los libros”, y consiste en una marca que contiene el nombre del propietario o de la biblioteca a la cual pertenece determinado ejemplar. Usualmente el nombre del poseedor va precedido de la leyenda ex libris -o ex bibliotheca-, como una manera de señalar la pertenencia de dicha publicación. Por lo general, esta marca se encuentra en la segunda o tercera de forros, en la primera hoja en blanco o en la página donde viene el título.

El origen de los ex libris puede rastrearse hasta el siglo XV a.C., cuando el faraón egipcio Amemhotep III usaba una placa de barro cocido con jeroglíficos esmaltados en color azul para sellar los rollos de papiro de su biblioteca personal. Ésta todavía puede verse en los pasillos del Museo Británico de Londres. Pero no fue sino hasta los inicios de la imprenta en 1450 d.C. cuando empezaron a conformarse los ex libris modernos tal y como los conocemos, aquéllos hechos con tipos, sellos, estampas, rótulos y grabados.

En un inicio, éstos consistían en ilustraciones heráldicas de escudos o emblemas familiares. Posteriormente comienzan a decantarse hacia las alegorías, símbolos, lemas y monogramas. Los primeros ex libris eran manuscritos, hasta que se valieron de las variadas técnicas de grabado para su elaboración, por lo cual el área a estampar era embadurnada con tinta color azul, negro o rojo -las únicas disponibles en la época- para ir marcando los libros.

No es sino hasta el siglo XIX cuando el auge de la bibliofilia, el amor o manía por los libros, da lugar de manera generalizada a que los propietarios de grandes bibliotecas encargaran sus propias marcas de identidad; así, el exlibrismo había nacido. De hecho, estudiosos celebran congresos en torno al tema, pues sin estas marcas hubiera sido imposible rastrear las huellas de gente ilustre que ha tenido una importante biblioteca o ejemplar entre sus manos.

Lamentablemente hoy en día ha caído en desuso, lo cual resulta irónico dada la facilidad con la que uno puede hacerse de un sello de goma y una almohadilla con tinta. En parte esto se debe, claro está, a la escasez de lectores, pero también al ascenso del libro digital. No obstante, para aquellos bibliófilos que todavía gustamos de acariciar el lomo de un libro impreso o de olisquear entre sus páginas, encontrar un ex libris es una forma de encarar la otredad; si bien pergeñar uno es como decirle al hipotético lector que habrá de recorrer con otros ojos las mismas páginas que “este libro fue mío”.

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