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Hace ya muchos años pude leer un artículo escrito por José Luís Martín Descalzo; en él hablaba sobre la soledad y afirmaba que existen dos tipos de soledades, una deshumanizadora y otra multiplicadora e intensificadora, que el ser humano acrecienta el alma en soledad, la fortalece, la nutre y expande.

Aunque esto es del todo cierto, en los últimos tiempos he percibido un exagerado aprecio por la soledad; pareciera que en el mundo de ahora para poder ser mejor ser humano fuera requisito indispensable vivir en soledad, demostrar un cierto aire de superioridad sobre aquellos que pudiendo vivir permanentemente solos ven como menos desarrollados y maduros a aquellos que no prefieren la soledad.

Una soledad enriquecedora será aquella en que se escucha a la propia alma, se encuentra uno con la verdad, se cultiva la reflexión, se medita sobre uno mismo y su realidad; es una soledad en la que se ama profundamente, tanto a sí mismo como a los demás seres humanos.

Es también muy cierto que estar acompañado por miedo a la soledad, rodearse de gente y ruido, indica una gran pobreza de alma. Rellenar nuestro tiempo, nuestras horas y vida de personas con las que realmente no convives y de las que solo necesitas el barullo para que su ruido sea lo que anestesie tu dolor de estar en soledad, no es vida.

La naturaleza del ser humano es estar acompañado y en relación con el otro; un ser humano completamente solo toda su vida no se podría realizar como persona; somos seres sociales, diseñados para vivir en comunidad, hablamos porque es nuestra naturaleza la comunicación y la relación. El ser humano se hace humano en la relación con el otro y no en la soledad absoluta.

La soledad egoísta va en contra de la soledad fecunda que es alegre, porque se podrá estar solo pero no triste, se podrá estar solo pero no amargado, se podrá estar solo pero no infecundo. Nuestra gran asignatura pendiente es vivir de manera productiva y enriquecedora tanto nuestros momentos de soledad como los de compañía.

La soledad o la compañía no son buenas ni malas por sí mismas, lo bueno y lo malo será lo que nosotros hagamos con ellas, lo bueno y lo malo será lo que decidamos hacer, y nuestra mejor opción siempre será que en cualquiera de las dos circunstancias nuestros actos sean fuente de alegría y beneficio tanto para nosotros como para quienes nos rodean; porque si es verdad que más vale estar solo que mal acompañado, no menos verdad es que es infinitamente mejor estar bien acompañado que solo, que la soledad no es el estado idóneo para un ser humano que desde su propia biología está diseñado para vivir en comunidad, que las personas nos humanizamos en el trato con el prójimo. Es la relación con los demás lo que nos define como humanos.

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