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El sonido de las sirenas se ha vuelto más sensible, lo que en otros momentos fuera un imperceptible aviso de emergencia, ahora es un continuo perturbador por el incremento de las pérdidas humanas en el confinamiento cotidiano al que nos condenamos frente al Covid-19; la indiferencia del ayer podría ser superada por la empatía o mejor aún por la conciencia. Aquel sonido ignoto de los tiempos precedentes hoy simboliza para muchos el latente reconocimiento de la vulnerabilidad como especie y como sociedad que presentamos los seres humanos a lo largo del mundo.  

La urgente comprensión de las enseñanzas que acompañan la tragedia actual remonta a la aceptación de que la vida no es una mercancía ni puede ser comercializada si buscamos el desarrollo de nuestros pueblos, los derechos no son prebendas electorales ni nuestros recursos usufructo particular de los envilecidos por el poder. Las disputas de arriba en el terreno político únicamente enmarcan los extremos vergonzosos del olvido; las necesidades reales, las verdaderas urgencias de hoy son las que ayer fueron negadas en el laberinto de los intereses sistémicos; la bruma despejada abre paso al reflejo de lo real, la inoperancia del discurso engendrado como acto de dominación; el autoritarismo campirano y prosaico únicamente evidencia la pobreza que habita los palacios del saber y regencia. Las sirenas que desvelan cada noche son, en suma, el resultado fiel de la inhumana podredumbre en el quehacer de los soberbios.  

Aunque quisiéramos, el camino recorrido es imborrable, los errores repetidos por décadas clausuraron de principio toda posibilidad de hacer frente a la pandemia que nos asuela. Aprender del pasado es un ejercicio reflexivo de humildad, un paso atrás para dar el brinco impulsándonos en nuevas orientaciones. La negación de los derechos inalienables (salud, trabajo, educación y más) abrió paso a la devastación de las condiciones de vida de millones de seres humanos. Pobreza, desigualdad, violencia, discriminación y marginación no son palabras inscritas en el diccionario solamente para completar las arengas en el camino a los parnasos; son, en realidad, la razón perpetua del porqué de la solidaridad y la búsqueda irrenunciable de mejores condiciones para la existencia, pues amar a la humanidad no es ofrenda ni tributo dominical, es el ejercicio consciente de los hechos a favor de quienes fueron desposeídos en el despojo original de la acumulación que sustenta al sistema vigente.  

Una tras otra, las sirenas nos recuerdan lo vulnerable de la vida, lo efímero de la existencia, su fragilidad y, a la vez, obligan al ejercicio de la crítica ponderando la transformación profunda de nuestra realidad; el diario acontecer marcado por la pesadumbre y condena en el desierto de las bestias resguarda su camino de liberación en el común reconocimiento de un nuevo quehacer enfocado en el desarrollo tangible y concreto de cada uno de los excluidos. Las alarmas resuenan como un eco reiterado por la inconsciencia que hasta ahora nos gobierna; el despertar de esta pesadilla y su enseñanza florecen en el común acuerdo que genere la superación de la agonía y sus sonidos.  

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