"Marcados" por el espacio y el tiempo

Uno apasionado de la astronomía y otro de los relojes, últimos de su generación dedicados a estas tareas

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El optometrista Jorge Mañé Rodríguez se dedicó muchos años a la fabricación de telescopios y actualmente continúa tallando y aluminizando espejos a solicitud de apasionados de la astronomía de otras partes del mundo. (Foto: Jorge Acosta)
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Nalleli Calderón/MÉRIDA
Desde hace años, dos yucatecos dedican gran parte de sus vidas a temas relacionados con el tiempo y el espacio, dejando huella en el quehacer cotidiano de los meridanos, quienes quizá nunca se han dado cuenta de ello.

Uno de ellos logró que sus creaciones traspasaran fronteras y llegaran a otros países a solicitud de cientos de aficionados, como él, de la astronomía; el otro, ha pasado miles de horas entre las manecillas y el “tic tac” de los relojes.

Desafortunadamente, parece ser que serán los últimos yucatecos de su generación en realizar esas actividades, pues en ambos casos ninguno de sus familiares heredará sus conocimientos.

Empezaremos por el optometrista Jorge Mañé Rodríguez, a quien desde pequeño su pasión por la astronomía lo llevó a aprender, con el apoyo de su padre Jorge Mañé Valladares, el oficio de la óptica, que muchos años después, durante su juventud, le serviría como base para construir su primer telescopio.

“Mi papá se dio cuenta de mi gusto por la astronomía y me regaló mi primer telescopio, como de juguete, muy básico; con los años me acerqué mucho a él en su negocio y poco a poco aprendí del taller óptico a fabricar los cristales que usan los telescopios, así que aprendí a tallar los lentes, lo que me sirvió mucho, ya que después, para el 86, junto con un amigo, empecé a averiguar dónde tomar cursos sobre este tema”, recordó.

Su interés por aprender a tallar los espejos lo llevó a continuar sus investigaciones por medio de libros que compró en los Estados Unidos y de manera autodidacta aprendió a fabricar sus propios espejos.

En uno de los libros que compró descubrió que había un apartado de cómo hacer la maquinaria para la fabricación de los espejos; sin embargo, le faltaba el proceso químico de depositar plata en ellos.

Los experimentos continuaron cada tres meses, pero resultaba caro comprar el nitrato de plata, entonces conoció al científico Víctor Sosa, del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional (Cinvestav), quien lo invitó a realizar prácticas con las maquinarias del centro, con las que aprendió el proceso de alto vacío y las evaporaciones de diversos metales y no metales.

“Cuando estuve en el Cinvestav me puse la meta de hacer mi propio equipo y empecé a sacar copias a todos los libros que creía que me ayudarían; dos amigos que conocí ahí se burlaron de mí, pero empecé a conseguir las cosas como pude, fui al centro como un año y medio porque construí mi equipo de vacío y mi bomba difusora; fue en 1991, luego de seis meses, que construí mi equipo con el que conseguí mi primer aluminizado en un espejo”, detalló.

A partir de entonces, con el proceso aprendido comenzó a armar telescopios más grandes de hasta 10 pulgadas, los primeros fueron de cuatro pulgadas. Desde sus inicios, ha fabricado alrededor de 150 telescopios reflectores de madera o metal tipo Dobson.

Hoy día, a pesar de que ya no se dedica a la fabricación de los telescopios, continúa tallando y aluminizando espejos a solicitud de apasionados de la astronomía de otras partes del mundo, que envía sobre todo a varias ciudades de Sudamérica y de la República Mexicana. Incluso, algunos de sus aparatos fueron llevados a los Estados Unidos.

Último relojero 

Desde hace casi 34 años, Felipe Alcocer Requena se dedica al oficio de la relojería, y recuerda que desde los seis años acompañaba a trabajar a su abuelo Miguel Alcocer García, quien era relojero y daba mantenimiento a diversos aparatos de la ciudad, entre ellos, el ubicado en la torre del Palacio Municipal de Mérida.

Con el paso de los años aprendió el oficio y comenzó a ayudar a su abuelo, quien desde 1955 y durante 28 años, le dio mantenimiento al reloj municipal de Mérida; sin embargo, para 1984 se jubiló, oportunidad que Alcocer Requena aprovechó para continuar su legado y hacerse cargo de la labor como hasta la fecha.

 

Felipe Alcocer Requena con el paso de los años aprendió el oficio de la relojería y comenzó a ayudar a su abuelo, quien desde 1955 y durante 28 años, le dio mantenimiento al reloj municipal de Mérida. (Foto: Archivo Sipse)

A pesar de que se jubiló desde hace cuatro años, el amor por el “tic tac” o escape de su maquinaria, y con el consentimiento de la administración municipal actual, continúa subiendo cada tres veces a la semana a la torre para supervisar que la maquinaria continúe en funcionamiento.

“Aprendí viéndolo (a su abuelo), siendo su secretario, lo acompañaba a todos lados donde había que reparar algún reloj de torre o donde le solicitaban, pero antes de que se jubile, por su edad y cansancio, yo empecé a turnarme con él para ir a darle mantenimiento a los relojes cuando era necesario”, platicó.

Durante la semana, Felipe, de 62 años, acude cada lunes, miércoles y viernes a la torre del reloj para verificar el correcto funcionamiento de la máquina, y si es necesario, se encarga de aceitar las partes que necesitan lubricación, darle cuerda o ajustarlo.

Con el paso de los años y como resultado de su trabajo, también le dio mantenimiento al reloj del mercado Lucas de Gálvez, al de la estación central de ferrocarriles y al de la comisaría meridana de Cholul, pero que en la actualidad ya no funcionan.

“No se me hace complicado, es nada más saber un poco de mecánica y de relojería, que se van combinando para reparar y dar mantenimiento adecuado a los relojes”, detalló.

Desafortunadamente, de la familia Alcocer pocos aprendieron el oficio, pues a pesar de que su abuelo tuvo nueve hijos, sus cuatro varones aprendieron la relojería, pero no se dedicaron a ello.

De la siguiente generación, solo él y dos primos son relojeros, pero también lo dejaron. Prácticamente don Felipe es el último relojero de la familia, pues tuvo cuatro hijas y ninguna aprendió el oficio.

 

 

 

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